Hoy vengo a proponerles transitar este período particular como una oportunidad, un tiempo durante el cual nos permitamos realizar aquellas actividades que, por el devenir cotidiano, vamos posponiendo, otorgarnos la licencia de hacer alguna de las cosas que nos hacen bien y, a mi entender, la lectura es un de esas actividades que brindan el mayor de los placeres.

En esta oportunidad les recomiendo la lectura de la obra Madame Bovary del autor Gustave Flaubert (1821-1880). Este gran escritor  francés fue reconocido como el mejor novelista del siglo XIX y fundador de la novela moderna que se impone como el género más representativo de la sociedad burguesa, logrando independizarse de la poesía, género literario por excelencia en ese momento.

Recordemos que durante el siglo XIX se desarrollaron tres movimientos artísticos: Romanticismo, Realismo y Simbolismo. Estas corrientes fueron imbricándose y la novela es muestra cabal de estas combinaciones.

Madame Bovary es una obra estudiada desde diversas perspectivas: histórica, social, ideológica y estilística, tanta es su carga emotiva que permite diferentes abordajes de análisis.

Flaubert fue fuertemente influenciado por su abuelo, su padre y su hermano, todos ellos médicos, en la concepción y desarrollo de la obra denotando un espíritu de observación científica que ningún otro autor ha alcanzado, y que procede, en gran parte, del ambiente familiar en que se desarrolló su niñez.

La novela  es una descripción de la vida real que adopta una función narrativa que  permite vivenciar cada conflicto como propio. Pone frente al lector personajes que se alejan de los sentimientos y del comportamiento convencional. En algunos segmentos aparecen relatos autobiográficos como la primera jornada escolar de Gustave que se identifica con un escolar tímido, víctima de la burla de sus compañeros.

Emma es la heroína de esta historia, una joven que contrae matrimonio con el médico del pueblo, una unión que la sume en la más trágica de las insatisfacciones, llevándola a límites insospechados. Ella es el motor de la acción, sus sueños de amor, lujos y vida mundana se ven frustrados. El amor incondicional de Carlos, esposo enamorado y fiel, no logra despertar el más  mínimo deseo en su mujer, que busca, en brazos ajenos, la felicidad que se le va escurriendo.

Démonos permiso para ser, por un momento, Emma, agobiada por una vida en la que no encuentra el  rumbo, caminemos por las calles apacibles de un pueblo en el que la protagonista no pudo encontrar la tranquilidad,  vivamos las emociones extremas de una mujer que no pudo reparar en el amor que tenía al alcance de su mano. Démonos permiso para encontrar en el texto literario el camino hacia nuestra propia subjetividad.

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