Por Juan Martín Salandro

La obra de teatro “Haga algo. Absurdo en tres actos” fue estrenada esta temporada, desarrollando sus primeras funciones en el centro cultural América Libre, mudándose para enero y febrero a Cuatro Elementos, con funciones todos los viernes -entradas disponibles en alternativateatral.com-.

La obra plantea un vistazo a la vida de “una casa en ruinas. Una familia en ruinas. Una tipa en ruinas” desde una óptica en particular: el absurdo. Su directora y dramaturga declaran haberse inspirado en las líneas del llamado “antiteatro” -teatro del absurdo-, con referentes como Samuel Beckett y Eugene Ionesco. En estos términos, podemos hablar de poéticas que rompen con las estructuras del teatro clásico o aristotélico, construyendo el escenario como un dispositivo de indagación crítica de la historia, el pensamiento, la sociedad y sus estructuras.

Haga algo: la lógica absurda y el tiempo grotesco

Haga algo coloca dos objetos en primer plano: por un lado, la relación entre la decadencia de las clases altas y las clases trabajadoras -e incluso el lumpenaje-; y, por otro los Aparatos de Estado. Los personajes representan un amplio espectro, desde una familia patricia venida a menos, trabajadores domésticos y municipales, hasta mendigos y policías; en serie con el absurdo de Alfred Jarry, estos personajes se van a construir como una suerte de tipificación deformada, una extremización de los características que se asocian a su grupo sociohistórico. También entra en juego el modo en que este núcleo familiar depende completamente de esa presencia del Estado, dando cuenta del cruce entre vida pública y vida privada, siendo la primera la que regula y determina los ritmos de la segunda. En este punto, ingresa la figura del tiempo a la obra. Como un dios moderno, el reloj se ubica en el centro superior de la escena, dominándola y, junto con la agenda -que determina a priori todas las acciones que deberán llevar adelante los personajes en su día a día- funciona como una metáfora de la figura extra escénica “Autor”, dispositivo de control equiparable, también, a los personajes “policías”. Así, la pregunta que se podría plantear es: ¿qué pasará con los personajes en el momento en que la presencia del autor se desvanece?

Llegados a este punto, aparece la óptica absurda para llevar adelante el desarrollo del interrogante, y el eje de esta mirada va a estar puesto en el sentido de la temporalidad. Este es uno de los grandes interrogantes del pensamiento humano, desde la filosofía, las disciplinas exactas y, también, la teoría del teatro. Para Aristóteles, en Física, es un número siempre distinto a sí mismo -es cuantificable, no cuantificador-, y se define en la diferencia entre un antes y un después. Pero, en el universo que plantea Haga algo, se insiste en que cada día es igual. Día a día, semana a semana, los personajes están encerrados en un ciclo predeterminado, definido por lo que dictamina una agenda que consultan a cada momento, para saber qué hacer y que, al igual que los pergaminos de Melquíades (Cien años de soledad), lleva escrita lo que sucedió, sucede y sucederá: incluso, en ella figuraría la misma obra que el espectador está viendo.

Es acá dónde comienza a desmontarse la estructura del drama tradicional. En Poética, cuando Aristóteles aborda el problema de la unidad de acción, deja de lado dos posibilidades: contar todas las acciones que le suceden a un personaje, o todo lo que acontece en un periodo de tiempo determinado. La idea es que sólo deben incluirse las acciones que sean indispensables para el desarrollo mismo de la trama. Con esto no pretendemos decir que en Haga algo hay detalles o acciones superfluas; como todo buen texto, cada elemento de la trama integra orgánica y dinámicamente la unidad de sentido mayor. La construcción del absurdo radica en dos ejes: la ruptura de la unidad aristotélica al pretender no sólo narrar todo, sino narrar el tiempo mismo; y el uso de la hipérbole como procedimiento retórico. Si para el griego “la belleza consiste en magnitud y orden” el tono absurdismo se va a construir en línea con las principales características del grotesco “la exageración, el hiperbolismo, la profusión y el exceso” (Bajtin en El contexto de Francois Rabelais). La exageración construye una fantasía llevada a tal extremo que adquiere rasgos monstruosos. Pero la particularidad de la obra radica en que frente a otros textos clásicos del absurdo, donde el foco está puesto en los excesos corporales o conductuales, en Haga algo son la lógica y el control los que se ven llevados a sus límites, sumiendo a los personajes en una atmósfera histriónica producida por el cruce de dos cosmovisiones irreconciliables. Encontramos así la eterna repetición del tiempo mítico, ahora regida por la rigidez de los engranajes del reloj; toda la linealidad del tiempo histórico moderno desvanecida en la eterna repetición de la rutina.

Siguiendo a Adorno -y Horkheimer en Dialéctica del iluminismo– la vida del sujeto en la democracia occidental capitalista es regulada por los mandatos de la industria, la “industria cultural”. Docilidad y producción son los caracteres de un buen ciudadano, y la producción y el consumo, sus razones de ser. En la obra resulta productivo analizar a dos personajes que son excluidos de la estructura familiar: Bamby (Pamela Alías), la empleada doméstica, y el Mendigo (Marcelo Enzo Di Luciano). En ella vemos la integración del cuerpo al rol del obrero. Cuenta: “Estaba revolviendo la basura la pobre rata. Yo le expliqué que el trabajo dignifica, como usted me enseñó cuando nací. Trece años tenía en ese momento: recuerdo que me sacó del container, me arrulló y me dijo ‘el trabajo dignifica, bebé’ y me hizo un lugar en la cocina, en el baño y en su corazón”. Ella es la guardiana de la agenda, quien momento a momento lee su contenido y comunica cuál es la tarea que debe realizarse. Del mismo modo, es la que le proporciona a “Los señores” los elementos necesarios para llevar adelante las actividades. Es en este punto que ella trae al Mendigo, para “la hora de la sensibilización”. Ella, como parte del aparato productivo, intenta integrar a este ente marginal a ese sistema. Entra en escena un hombre herido en la cabeza -no es menor el gesto de la violencia disciplinadora-, salido de la basura que, como metáfora de lo lumpen, establece por continuidad el sentido de desperdicio.

Haga algo: la lógica absurda y el tiempo grotesco

Según el crítico alemán, en la “sociedad de consumo”, el individuo se ve reducido a un mero engranaje del aparato productivo, es un instrumento. Por eso, cuando ingresa el Mendigo se ve envuelto en las redes del imperativo social: “haga algo” se le reclama continuamente. Ni su hambre -su cuerpo- ni su historia -su subjetividad- importan por fuera de la función social que se les pretende asignar. “¡Haga algo!”, en el tiempo en que tiene que hacerlo y para los que lo tiene que hacer. Al no lograr cumplir con el mandato, su vida es descartable.

Así, la obra, dirigida por Natalia Kramer y producida en el marco del taller “Absurdo avanzado: análisis y herramientas para el entrenamiento actoral”, pone en juego los procedimientos teóricos y técnicos de la poética absurdista en una puesta tan cuidada como entretenida y profunda. Utilizando la hipérbole sobre los elementos vectores del pensamiento lógico pone en juego un análisis dinámico no sólo de la técnica de la tradición absurda, sino también de sus preocupaciones sociales. Con un elenco compuesto por figuras locales -Mariana Cammi; Luciano Paciotti; Marco Antonio Bianchino; Mariela Acosta Musumeci; Pamela Alías; Marcelo Enzo Di Luciano; Héctor Parelló; Lolo Caracciolo; Estefanía Mezzanotte; y Agustín Elordi en asistencia de dirección- Haga algo. Absurdo en tres actos no sólo se presenta como una de las grandes obras de la temporada 2022-23, si no que se prefigura como una de las grandes obras del teatro independiente, sino nacional, marplatense, dialogando, sin copiar, con la historia del teatro argentino.

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