En el corazón de la casa de Rayuela, donde las paredes vibran al ritmo de guitarras y voces jóvenes, Belén Caputo celebra un nuevo aniversario del Club de Arte que fundó hace ya 14 años.
“Rayuela es amor a montones”, resumió Belén Caputo, repasando lo que significa para ella este proyecto que nació con la idea de vivir la música como un juego. En Rayuela se toca, se aprende, se sueña, pero también se juega. Ese espíritu lúdico atraviesa todo lo que ocurre en el club: desde los primeros pasos musicales de los más chicos, hasta las bandas consolidadas que encuentran allí su lugar de ensayo.
El aniversario, como todo cumpleaños, es también tiempo de balance. “Vienen tantos momentos a la cabeza, tantos niños que hoy ya están en la facultad o en el conservatorio. Algunos siguen tocando, otros se alejan, pero siempre queda algo”, reflexionó Belén. Habla de vínculos fuertes, de la alegría que da el reencuentro, pero también del dolor que implica cada partida.
La propuesta pedagógica de Rayuela tiene una impronta clara: el entusiasmo es el motor. “No me gusta cuando no quieren venir. Me parece que hay que hacer un poco de fuerza, pero no desde la obligación. La música o el arte tienen que ser una pulsión, algo que nace de adentro”, sostuvo Belén. Con esa premisa, se cultiva un espacio donde el deseo y la pasión tienen lugar, sin la presión de la excelencia ni las exigencias del conservatorio tradicional.
En el aniversario, se presentaron estudiantes “viejitos”, de esos que vienen hace años, junto a los más nuevitos y algunas sorpresas que reflejan lo que sucede puertas adentro del club: proyectos personales, bandas formadas dentro del taller, y hasta una participación especial de quienes enseñan y también se suben al escenario. “A mí me gusta que los chicos y chicas nos vean en acción. Que sepan que también dedicamos tiempo a aprender canciones, a ensayar, que nos cuesta igual que a ellos”.
Belén insiste en que la música es una decisión diaria, una práctica que demanda tiempo y energía. “Menos tocás, menos te sale y menos ganas te dan. Más tocás, mejor te sale y más querés tocar”, aseguró. Aunque reconoce que hoy el gran desafío es competir con las pantallas, las redes y la inmediatez, se aferra a la magia de ver a alguien lograr una melodía que le gusta: “Eso no tiene precio”.
El deseo para este año no podría ser más claro: “Que la gente sea feliz con la música, porque es lo que a mí me pasa. Que vengan gustosos, que se vayan con una sonrisa, que recuerden este lugar con alegría”, afirmó.
Rayuela es un espacio donde se cultiva la alegría, la comunidad y, sobre todo, la música como forma de vida.
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