dia-de-la-memoria-mar-del-plataFoto: Marcelo Nuñez
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Por José Kersner
Estudiante de la Lic. en Ciencia Política. Universidad Nacional de Mar del Plata
josekersner1@gmail.com

El 24 de marzo, las calles marplatenses y de toda la Argentina fueron testigo de una de las marchas más convocantes de los últimos años. La marcha por el Día de la Memoria, Verdad y Justicia encarna el absoluto repudio hacia el golpe de Estado perpetrado en 1976, que impuso un régimen dictatorial que se ha extendido a lo largo de los siete siguientes años. Este período que representa lo que podemos considerar, con completa firmeza, los años más oscuros de la historia de nuestro país, fue condenado por la mayoría de los sectores de la sociedad con el retorno democrático y el hito histórico del Juicio a las Juntas. Sin embargo, esta pequeña reflexión que aquí nos convoca no surge en el vacío. En la actualidad, sobre todo a partir de la victoria electoral de Javier Milei en 2022, el debate público sobre lo acontecido durante los años de la dictadura ha tomado otra tonalidad, poniendo bajo interrogantes ciertos consensos que aparentaban indestructibles. Ante esta nueva situación en la que nos encontramos, poder reconstruir lo que significó el golpe de Estado, las reivindicaciones sociales y los elementos que tienen cierta continuidad en nuestros días es lo que ha motivado esta pequeña nota.

El golpe cívico-militar efectuado por las Fuerzas Armadas en 1976, que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón, se enmarcó en lo que fue la segunda contraola democrática mundial, que azotó a diferentes sistemas democráticos en América Latina, Asia y algunos regímenes de Europa del Este. En lo que respecta a nuestro continente, los golpes de Estado han sido auspiciados por Estados Unidos, bajo lo que se ha conocido como el Plan Cóndor. La cáscara de su argumento fue el avance del comunismo en la región. Sin embargo, su contenido real residía en las políticas económicas. Siguiendo los fundamentos de los Chicago Boys, llegó a Argentina, por primera vez, el modelo neoliberal, hoy día más vigente que nunca. Las medidas llevadas a cabo por José Martínez de Hoz, el jefe civil de la dictadura militar, en palabras de Julián Zícari, estuvieron marcadas por el reemplazo del modelo de sustitución de importaciones por un modelo basado en la especulación financiera, la liberalización de la economía para atraer capitales extranjeros, las altas tasas de interés y la estabilización monetaria. Los resultados fueron desastrosos. La pobreza aumentó al 18%, el poder adquisitivo se derrumbó un 17,3%, se fundieron 20.000 pymes y la deuda externa alcanzó los 45.000 millones de dólares. Es posible pensar que el rotundo fracaso en materia económica ha sido una de las causas centrales en el camino hacia lo que el gran Guillermo O’Donnell ha llamado transición por colapso.

Ahora bien, este modelo económico no se podría haber aplicado sin la persecución sistemática por parte del Estado nacional contra un determinado grupo político. El terrorismo de Estado ha detenido, secuestrado, torturado, desaparecido y asesinado a 30.000 argentinos y argentinas. Y es aquí que debemos detenernos por un momento. En los tiempos que corren, han crecido los discursos que refutan este número, alimentados por personas afines al oficialismo que ofician de intelectuales orgánicos de La Libertad Avanza. Acuñando la teoría de los dos demonios, afirman que durante la dictadura militar existió una guerra contra los grupos guerrilleros. Es la cuota negacionista la que subyace en esta tesis. De todos modos, en los años iniciales del régimen, estos grupos se encontraban prácticamente desarticulados, sin posibilidad alguna de enfrentarse al status quo que protegían las Fuerzas Armadas, con premisas regresivas. Por otro lado, el número 30.000, como se ha explicado reiteradas veces, representa el carácter singular que ha tenido la represión, es decir, los desaparecidos. De manera siniestra, Jorge Rafael Videla dijo que “son una incógnita, no tienen entidad no están ni vivos ni muertos”, cuando el periodista José Ignacio López le preguntó por ellos. En este sentido, la cifra abierta es una interpelación al Estado, es un reclamo activo, colectivo, sin vencimiento alguno. El horror no es cuantitativo.

En la actualidad, el mundo académico se pregunta si estamos ante el aluvión de una posible tercera contraola democrática. En su ascenso, las extremas derechas han logrado mover la ventana de Overton, desplazando las fronteras de lo que la sociedad considera decible, proceso facilitado por las redes sociales. El brasilero Rodrigo Nunes explica que, en la doble comunicación, los trols introducen ideas antes vetadas al debate público decidiendo cuándo se trata de una broma y cuándo se habla en serio. Otro elemento que comparten estas nuevas derechas son los guiños al pasado autoritario y las grandes diferencias con el sistema democrático. Vale recordar cuando Javier Milei discutió a la democracia como modelo deseable, los vínculos de Victoria Villarruel con miembros de la dictadura militar, el apoyo de Jair Bolsonaro a la dictadura brasilera o los dichos de José Antonio Kast sobre el régimen pinochetista.

Ante este panorama, en el que la democracia parece haber perdido parte del valor social que supo atesorar, la masiva marcha por el Día de la Memoria, Verdad y Justicia fue un oasis, una dosis de esperanza. Si bien Pierre Bourdieu afirma, y con mucha razón, que la palabra del Estado posee todo el capital simbólico, la movilización ha demostrado que hay ingentes cantidades de personas que mantienen su compromiso con el sistema democrático y su absoluta condena a la violencia como método político. El devenir de Argentina está marcado por los acontecimientos de su historia, que determinan nuestra identidad política y social. El presente continúa construyendo el pasado. Y es en su disputa donde se construye el sentido. Es por eso que aquí decimos, ¡Nunca Más!

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