Por Dra. Cintia Rodrigo*
Hace dos días murió una profesora durante una clase por Zoom. Murió de coronavirus, mientras daba una clase. Tenía tos. ¿Qué hacía trabajando? Primera pregunta, entre colegas. ¿No tenía licencia? ¿Cuánto tiempo de licencia corresponde por Covid? Surgieron preguntas entre la comunidad educativa, shockeada. Conmovida. Pudo ser cualquiera de nosotres. Que, en casa, como sea, da clase. Como sea. Porque la pandemia puso en una situación inédita a todas las personas que teletrabajan, pero a les docentes en particular. La continuidad pedagógica, meta colectiva que nos propusimos–o nos propusieron–de inmediato, está siendo llevada a cabo a costa de nuestra vida. ¿Es mucho decir? Nunca más literal. Una docente murió mientras daba clase por Zoom, clase en una universidad privada, frente a estudiantes que la vieron morir. Su muerte quedó grabada. ¿Hubiera pasado en una situación presencial? ¿Hubiera ido a trabajar? ¿Hubiera dejado de cuidarse por cuidar a otres? Tal vez la pregunta es inversa: ¿Qué docente no lo hizo? Desde antes del Covid pero sobre todo durante el Covid.
Pero Paola: ¿qué hacía dando clases con Covid? Esa pregunta no tiene una respuesta fácil. Más allá de las condiciones puntuales de Paola, a quien despedimos con mucho dolor como colegas. Más allá de cuáles fueron las causas que la llevaron a trabajar, con una tos persistente, a morir frente a la pantalla de su computadora y sus estudiantes. Hay un escenario compartido por toda la docencia argentina: hay que seguir. Hace meses les docentes de todos los niveles están en una situación de exigencia laboral inédita. La lógica del compromiso de nuestra profesión es loable. Pero ¿a toda costa? La vida cotidiana se trastocó por completo hace seis meses. En cada conversación entre docentes aparece el cansancio, la frustración, la sobreexigencia, las fuerzas al límite. Pero nada de eso se traduce en una voz colectiva que diga que ya no se puede sostener, así al menos, nuestra tarea.
La gran masa de quienes trabajan en Universidades–públicas y privadas–tiene salarios muy bajos, que no remuneran las innumerables horas extra áulicas y las múltiples tareas asumidas. La mayoría de les docentes universitaries tiene dedicación simple, con salario promedio de 15 mil pesos. Condiciones de trabajo aún más difíciles en las Universidades privadas, cuyas modalidades de contratación precarizan al máximo la labor docente, llevando, en muchos casos, a la lógica de hora trabajada hora pagada. Y la sindicalización entre docentes de la educación privada es muy baja. Se combina el permanente temor a la pérdida de la fuente de trabajo con el rechazo de las autoridades a estas actividades. En el ámbito privado predomina la lógica empresarial y la docencia no es la excepción, pese a su relevancia social y al compromiso profesional exigido.
La cultura del compromiso es parte del sentido común académico y ha llevado a que, entre pares, se estigmatice un pedido de licencia. Y la crisis, cómo no: poner un granito de arena “para que no se caiga todo”. Que se caiga. Caigámonos colegas. Porque la educación también es mostrarle a las futuras generaciones que esta sobre explotación hace mal, duele, mata. ¿Y si nos replanteamos un poco la continuidad pedagógica? ¿Y si empezamos a pensarnos a les docentes cada día más como trabajadores y trabajadoras que cumplen un horario? ¿Qué tiene derecho a una licencia?¿Que tiene que cuidarse para poder educar a otres? No es fácil de explicar cómo resiste la docencia este traslado semiautomático a una modalidad virtual que no estaba siquiera entre las posibilidades hace seis meses. ¿Qué está pasando en las casas? Puertas adentro, vale la pregunta: ¿qué mundos se están construyendo? ¿Qué familias? ¿Qué cotidianeidades? ¿Es la docencia tan resiliente? ¿Cuánto tiempo más vamos a poder con esto?No es que no estemos haciéndonos estas preguntas colectivamente, es que no encontramos intersticios para responderlas, ante la urgencia, permanente urgencia. Y así, se te puede ir la vida.
*Socióloga, docente e investigadora del CONICET.
El presente artículo refleja la opinión personal de su autora y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa