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A media cuadra de la Plaza Pueyrredón, se encuentra Rayuela Club de Arte. Un espacio que los chicos eligen para comenzar a tocar su primer instrumento. Allí, en Brown 3852, no solo suenan pianos, guitarras o ukeleles, sino que también circulan emociones, aprendizajes y la certeza de que la música puede ser un punto de partida.

“Me dijo que su momento favorito de la semana es cuando está por entrar a Rayuela”, contó emocionada Belén Caputo, directora del espacio, en diálogo con Trama Educativa Radio. La frase se la regaló el padre de una de sus alumnas y para ella significó todo. La confirmación de que el arte, cuando se ofrece en un clima amoroso y con libertad, transforma.

Rayuela lleva 14 años sosteniéndose como un lugar de encuentro, donde se enseña a tocar pero también a escuchar. El piano, la batería, el ukelele o la guitarra son puertas de entrada, pero lo que se abre cuando un niño se anima a tocar su primera melodía va más allá del sonido.

Pilar, de 10 años, empezó hace apenas dos meses. “Vivimos cerca, pasábamos y escuchábamos música”, contó. Así conoció el lugar y hoy se anima a tocar el “Himno de la Alegría” y “La lechuza”. Bautista, de 13, toca desde hace más tiempo y hasta compone sus propias canciones. “El error no me da miedo”, dice, y explica que cuando se equivoca, lo transforma en otra cosa. En una canción nueva.

Esa filosofía, la de aprender del error y no temerle, atraviesa la propuesta de Rayuela. “No creo que sea innato. Hay un interés que se despierta cuando ves o escuchas un instrumento. Pero también tiene que haber una familia que acompañe y sostenga a ese artista”, reflexiona Belén.

En un mundo que corre rápido y no siempre deja lugar para repetir o intentar de nuevo, el arte aparece como refugio y resistencia. En Rayuela, la paciencia es una virtud, y la música, un lenguaje que se aprende en el hacer.

Entrevista completa:

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