Por José Piergentilli
En la columna anterior conté sintéticamente el proyecto “Los Profes cuentan”, que a todos los que nos animamos a formar parte, nos agregó “la camiseta” de escritor.
Primero quiero aclarar que me gusta reemplazar lo que podría ser una palabra más académica como faceta, por una más acorde a nuestro perfil, como camiseta. Esa metáfora la pienso a nivel profesional. Uno se va poniendo tantas camisetas como lugares donde trabaja, como proyectos en los que participa, como cargos que va ocupando, como nuevos títulos o pos títulos que va alcanzando. Y estoy convencido de que no hay que sacarse ninguna, porque cada una aportó lo suyo para llegar a la próxima. Y tampoco es necesario andar aclarando que ahora hablo o escribo desde esta camiseta, pero en este tema lo voy a hacer desde esta otra, o que para referirme a eso tendría que sacarme tal camiseta. Uno es cómo es y está donde está por todo el camino recorrido. Aunque debo aclarar que esta metáfora es aplicable sólo en aquellos casos en los que uno “deja todo en la cancha” por cada camiseta de las que se fue poniendo…. “al que le quepa la camiseta, que se la ponga”.
Cierro la ventanita de la camiseta -y notarán que es inevitable que vayan apareciendo metáforas deportivas en mis textos- y vuelvo a la idea de que al ser parte de un libro, aunque sea un proyecto colectivo, para cierto entorno personal, lo vuelve a uno en escritor. Porque seguramente esa participación, en ese primer libro, tiene algunos antecedentes reconocibles para los más cercanos, como haber escrito un par de veces el poema para algún cumpleaños familiar, o unas palabras de despedida a un amigo que se va a vivir a otro lado, o a una compañera de trabajo que se jubila. Y entonces hay algunos amigos, colegas o familiares que les gusta agregar, al presentarnos en cualquier lugar… ¡y ahora es escritor! Y al principio incomoda un poco, pero si en simultáneo ese proyecto colectivo sigue creciendo, y uno se anima a ir escribiendo futuros cuentos para el próximo libro, y si además se decide a inscribirse en un Taller de escritura narrativa –como nos pasó a varios de los Profes- donde vas a haciendo el ejercicio de escribir para consignas de lo más diversas… empieza a tener un gustito lindo esa presentación.
Pero a la mayoría nos pasó algo inesperado con esos cuentos escritos, con ese libro colectivo, que fue lo que nos hizo sentir algo especial. Y voy a contar dos cosas que me pasaron a mí, con los dos cuentos de ese primer libro. Tengo una hija que vive en Capital y es Licenciada en Musicoterapia. Por supuesto que tenía mi libro. Lo compartió con alguien, ese alguien con otro alguien. Y un día me llegó un vídeo de una Docente alfabetizadora de adultos, que con un grupo estaban leyendo uno de mis cuentos. Ver a un hombre de setenta años leer, con la dificultad pero con la alegría de quien está aprendiendo, un cuento mío, fue como haber ganado el premio Alfaguara más o menos. Y al terminar de leer discutía con sus compañeros sobre el contenido del cuento. Se trataba de una escuela que no le habían aprobado el proyecto de salida para hacer un viaje, después de haber trabajado mucho para juntar el dinero, y mágicamente la escuela remonta vuelo y aterriza en la República de los Niños que era el destino pensado. Y ellos se posicionaban a favor de los viajes escolares, y que estaba bien que hubieran podido hacerlo. Y luego me agradecían y me felicitaban como escritor… ¡fue un premio impensado!
El otro cuento tenía que ver con mi infancia en Necochea, con un partido especial en la canchita del barrio, con mis amigos de entonces. Una prima les comentó que yo había escrito ese cuento y le pasó a uno de ellos mi teléfono. A los pocos días me encontré leyendo, con una mezcla de nervios y emoción como pocas veces tuve, ante un grupo de amigos y sus familias, luego de cuarenta y ocho años sin vernos, un cuento al que todos le iban agregando cosas que yo no recordaba. Otro premio inesperado. Los libros tienen como vida propia, hacen su camino, y en ese recorrido aparecen este tipo de premios. Hay que animarse.