En el intento fallido de organizar una “rutina diaria” me levanto a las 7:00. Desayuno y me pongo a escribir para alguna de las siete comisiones que tengo a cargo. Dedico media hora más a escribir algo como esto que están leyendo. Intento no mirar el celular. Como cada mañana, fracaso en el intento. Cinco o seis conversaciones de whatsapp, una decena de mails en la casilla, mensajes en el Facebook. La ansiedad me gana de a poco.
Le decimos “Home office”, un oxímoron que hemos vuelto verosímil y real. Vivimos, como nunca, una experiencia de superposición, más bien de yuxtaposición en el que se entraman el espacio del trabajo con el espacio del ocio, del juego, del esparcimiento. Esto ocurre a un nivel que aquello que buscamos e incluso, deseamos, es funcional al sistema. El neoliberalismo está ganando esta batalla. Compramos el mejor celular posible sólo para tener mejor calidad de conexión y acceder a la lectura y producción de contenidos para nuestra práctica. Ganamos ubicuidad y cedemos al mercado. Una obviedad.
Lo que no es tan evidente, es como se (nos) mete en esa lógica la dialéctica entre “el amo y el esclavo” (o si prefieren el patrón y el trabajador) en nuestro cuerpo, en nuestro ser. Cada uno de nosotros portamos nuestro propio espacio de trabajo. No necesitamos que nos vigilen, lo hacemos nosotros.
En medio de un juego de mesa con nuestros hijos, alguien va al baño y aprovechamos para habilitar la pantalla de nuestro celular. En la parte superior izquierda de la pantalla vemos el ícono de “Gmail” que nos indica que hay nuevos mensajes en la bandeja de entrada. Abrimos la casilla de correo y tenemos cinco notificaciones que vienen del campus virtual del instituto de formación docente. ¿Cuánto tiempo vamos a dejar pasar antes de dar respuesta?
Ya no hace falta que alguien nos discipline, hemos desarrollado (seguimos trabajando en eso) nuestro propio sistema de obediencia habituándonos poco a poco a disfrutar de esos pequeños gestos laborales que ahora, en tiempos de coronavirus, se hacen más evidentes.
Disfrute al tiempo de explotación y mejora del rendimiento. Lo interesante, pero también paradójico, es que creemos que decidimos libremente cuándo tomar la palabra, cuándo responder, cuándo crear una nueva publicación. En tiempos de COVID-19, no estamos atados al tiempo y al espacio de la clase, pero eso no quiere decir que no estemos mañatados. Tenemos que pensar cuán fuerte tenemos el nudo.
El tiempo y espacio de la clase presencial también nos repara. Aunque después tengamos aulas virtuales como apoyo y abramos foros o intercambiemos mails, porque no nos engañemos, la autoexplotación no es un emergente de estos días, es un hecho. La segmentación espacio temporal nos repara, nos cuida, nos da descanso porque nos deja hacer un corte.
Ahora, en tiempos de cuarentena, no vamos al instituto, a la escuela, al jardín, pero estamos todo el tiempo ahí. O peor, el instituto, la escuela, el jardín están todo el tiempo en nuestra casa, arriba de nuestra mesa mientras jugamos al “uno” en familia, en nuestro bolsillo o en nuestra mano. Prendemos el celular y se nos mete trabajo.
El home office ya no requiere que prendamos la “PC”. Nuestra computadora está en nuestro bolsillo, es una extensión de nuestro cuerpo (Sibilia, 2008), constituye lo que podríamos denominar una “corporeidad aumentada”.
La hibridez del mundo que vivimos sobrepone, mezcla esas experiencias otrora escindidas del trabajo y el ocio. Invierto la escena que proponía antes, ¿Cuánto tiempo va a esperar un estudiante que nos envió una consulta por mail? Nuestros encuentros en el instituto pueden ser semanales, pero un mail que no se responde en veinticuatro horas, cuarenta y ocho, setenta y dos como una exageración, podría despertar mucha indignación. Estamos obligados a la respuesta y lo expresamos con alegría por mucho que nos angustie.
Nuestra respuesta, cada vez, es del tipo “Hola, ¿Cómo estás? Espero que muy bien…”. Borramos todo atisbo de negatividad (Han, 2017), nos mostramos a gusto, sin fisuras, sin enojos. La mercancía, el producto, lo que se comercializa en esta etapa del capitalismo es nuestro propio cuerpo expuesto en las redes. Vivimos tiempos de un exhibicionismo muy profundo, donde el narcisismo es fundante de buena parte de lo que decimos y hacemos en los entornos virtuales.
Me inquieta pensar que incluso estas campañas constantes del tipo “#yomequedo” es una arista más de este “yoísmo” (permítanme el neologismo) profundo que entiendo como un rasgo de época. Y es positivo, pulido, agradable diría Han.
Respondemos a nuestros estudiantes aplicando cinco o seis filtros. Porque nos produce indignación estar un domingo o un martes 24 de marzo feriado leyendo una consulta sobre una consigna que no resulta poco clara, pero la leemos y la contestamos. En el mejor de los casos, respondemos el miércoles 25 que es día hábil y hacemos algún señalamiento que seguramente será en vano. En tiempos de autoexplotación, de rendimiento, de cansancio, no hay lugar para el enojo. En tiempos de coronavirus, sobre todo, no cabe el “no me gusta”, ni siquiera tenemos chance de un “me enoja” o “me molesta”.
Nos hemos convertido en trabajadores “24/7”. Suena el whatsapp y estamos ahí, deseosos de leer. Porque está en nosotros, somos nosotros también. ¿Cómo nos sentimos si salimos de casa sin el celular? ¿Qué nos provoca que alguien nos diga “yo no uso redes”? ¿Qué nos pasa cuando alguien no tiene whatsapp y nos obliga al envío de un mail y, sobre todo a la espera de una respuesta?
Tenemos una compañera en uno de los institutos de formación docente que tiene un celular que no es Smartphone. Nos comunicamos con ella cara a cara o a través del correo electrónico. Hay que ver lo que nos genera emocionalmente, corporalmente la dilación de dos o tres días cuando necesitamos de ella. Lo sentimos en el cuerpo. Se nos ha metido (nos lo hemos metido). Trabajemos con esto para lograr una práctica docente de calidad sin daños colaterales.
Federico Ayciriet
- Han, B. C. (2017). La sociedad del cansancio: Segunda edición ampliada. Herder Editorial.
- Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Fondo de cultura económica