Por Libertad Martinez Larrañaga
Profesora en Filosofía (UNMDP), maestranda en Educación y Pedagogías Críticas (UBA). Docente en nivel medio y superior. Integrante de la cátedra de Didáctica General de la UNMDP y becaria de investigación en esa universidad.
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Todos tenemos algún recuerdo escolar relacionado a un paseo, excursión o viaje. Ya sea en la primaria o la secundaria, e incluso en el nivel inicial, las salidas educativas crean escenas que perduran, fundan relatos y anécdotas que perviven a lo largo del tiempo y nos acompañan mucho después de haber dejado atrás los años escolares. La escuela nos lleva a lugares que no conocíamos: ciudades enormes, parques lejanos, museos de arte, historia y ciencias naturales. Otras veces la propuesta es más cercana, y nos permite redescubrir con nuevos ojos el propio barrio, un cine tantas veces visitado, la biblioteca a la que nos llevaban en la infancia. Cualquiera sea el destino, la aventura de salir del aula y entrar al mundo nos marca.
Habiendo vuelto a las escuelas, hoy vivo la experiencia de las salidas didácticas desde el rol docente. Este año me tocó, por primera vez, organizar un (pequeño) viaje educativo junto a dos cursos de 6° año de secundaria de la ciudad de Santa Clara, para conocer la Universidad Nacional de Mar del Plata. Digo “me tocó” pero podría corregirme: “decidí” me parece una mejor expresión. En mi trabajo -como en la mayoría- muchos elementos están fuera de mi control; la posibilidad de salir del aula afortunadamente no es uno de ellos. No constituye una obligación ni un requisito: organizar una salida didáctica es un acto de pura voluntad y deseo.
La experiencia demandó un esfuerzo organizativo que se sumó al de la cotidianeidad de la enseñanza, para resolver aspectos logísticos, económicos, incluso legales. En este proceso descubrí que contar con el apoyo del equipo directivo y el acompañamiento de otros docentes resulta imprescindible; armarse de paciencia, también. Pero valió definitivamente la pena: en este caso, estudiantes del último año del secundario de una ciudad cercana, acompañados por el equipo de adscriptas de la materia Didáctica General, pudieron recorrer el complejo universitario, pasear por sus seis facultades, y encontrarse con miembros de los Centros de Estudiantes que los invitaron, con emoción y orgullo, a sumarse a las distintas carreras que ofrece la universidad pública.
Pero la visita no terminó ahí. Luego del paseo nos trasladamos a la Facultad de Humanidades, donde fuimos invitados a ser los protagonistas de una jornada de Microexperiencias Educativas de la cátedra mencionada, en la que estudiantes de los distintos profesorados de la facultad presentaron microclases de 15 minutos diseñadas en base a sus observaciones en diversas escuelas. Allí, los futuros profesores se encontraron con los actuales estudiantes secundarios para desarrollar, en muchos casos por primera vez, una experiencia de enseñanza junto a alumnos reales. Como en una especie de caleidoscopio escolar, frente a nuestros ojos pasaron la Guerra Fría y las preposiciones, el racismo y El Eternauta, las vanguardias y el IVA. Hubo risas, sorpresas, debates encendidos. Hubo enseñanza y hubo aprendizaje.
La jornada fue larga y cansadora, como todas las cosas que valen la pena, al punto que en el viaje de vuelta de vuelta algunos de mis estudiantes se quedaron dormidos. Pero mientras avanzábamos hacia el norte por la costa, con el mar a nuestra derecha y el cielo nocturno sobre nuestras cabezas, no podía menos que regocijarme por la experiencia vivida. Estos adolescentes, prontos a terminar su escolaridad obligatoria, volvían a sus casas con la emoción de haber descubierto nuevas posibilidades. Un par de días después me enteraría que algunos habían reforzado su interés por ciertas carreras, otros habían descubierto posibilidades nuevas, y muchos de ellos empezaban, por primera vez, a plantearse que seguir estudiando podía ser una posibilidad concreta y factible. Más aún: estoy segura que la Facultad de Humanidades se aseguró algunos futuros ingresantes para el 2024.
Hoy, a más de un mes después de esta experiencia novedosa tanto para mis estudiantes como para mí misma, ¿Qué me anima a escribir al respecto? Tal vez la necesidad de sacar conclusiones. En primer lugar, poniéndolo en perspectiva, no puedo dejar de percibir cómo la idea de las salidas escolares se inspira en los ideales de la Escuela Nueva: ese movimiento que a principios del siglo XX buscaba distanciarse de la concepción racionalista de la educación (que consideraba el acceso al conocimiento como puramente intelectual) al sostener que el conocimiento tiene su origen en la experiencia, en la observación y la acción directa sobre las cosas (Gvirtz, 1997).
Por otra parte, no puedo dejar de preguntarme por el sentido de esta apelación a la “experiencia” en los entornos de enseñanza. Esta palabra, en sentido coloquial, implica el sentir, conocer o presenciar algo, así como el saber que se obtiene de la práctica o a lo largo de la vida. En el ámbito filosófico (Bach, 2010), la experiencia se ha planteado como un saber distinto al conocimiento racional, como un conocimiento particular e intransferible que surge de la interacción entre los sujetos.
En sentido pedagógico, podríamos entender la experiencia como un proceso de carácter intersubjetivo, resultado de la interrelación entre docente y estudiante, con el objetivo de generar conocimiento. Esta idea se basa en la interacción de diferentes actores (uno que aspira a enseñar, otros que tienen la intención de aprender) a partir de la experimentación, la discusión y el debate, pero también implica un enfoque transformador y continuo en el lugar donde ocurre y se practica. Ya Dewey, en su clásica obra Democracia y educación (1998/1916), hablaba de la necesidad de apostar a construir una escuela “como una comunidad de vida”: un medio “auténticamente social en el que se da y se toma en la formación de una experiencia común”, y que permite el desarrollo de las “percepciones e intereses sociales”.
Si la entendemos como parte de la praxis docente, recurrir a la experiencia (de enseñar, de ver aprender) implica la progresiva creación y recreación de la propia práctica a la luz de lo que sucede en el aula, en el mundo. Es en este sentido que la «experiencia» en los espacios de enseñanza adquiere un significado más profundo: es el resultado de la interacción genuina entre docentes y estudiantes, el proceso mediante el cual se construye un conocimiento valioso y personal, es decir, aquello que aspiro haber logrado con esta propuesta. La experiencia educativa se desarrolla así a través de la reflexión, la experimentación, el contraste y la sistematización, avanzando hacia nuevas ideas y conocimientos.
He tratado de encarnar estas ideas al organizar y acompañar a mis estudiantes en esta salida didáctica. En la primera parte, al recorrer el complejo universitario, pude ver cómo algunos de ellos redescubrieron sus intereses y otros se abrieron a nuevas perspectivas, tejiendo en vivo un puente entre la escuela y la universidad. En la segunda mitad, mientras visitaron la Facultad de Humanidades y presenciaron una “didáctica en vivo” (Maggio, 2018) de parte de futuros docentes, pudieron ser partícipes y protagonistas de una serie de actividades educativas innovadoras y dinámicas. De este modo, recibieron una verdadera invitación a explorar y descubrir el mundo más allá de los libros y las aulas. Lo que (espero) a su vez volverá las experiencias diarias más valiosas, ya que como docente podré enriquecer mi práctica y reorientar mi forma de enseñar a la luz de lo vivido junto a mis estudiantes.
Bibliografía:
BACH, Ana María (2010). Las voces de la experiencia. El viraje de la filosofía feminista. Bs. As: Biblos
DEWEY, John (1998/1916) Democracia y educación. Madrid: Morata.
GVIRTZ, Silvina (1997) “El concepto de ‘actividad’ en la propuesta didáctica del movimiento de la Escuela Nueva en Argentina.” en Anuario de Historia de la Educación N° 1. Sociedad Argentina de Historia de la Educación. Universidad Nacional de San Juan. pp 87-107.
MAGGIO, Mariana (2018) Reinventar la clase en la universidad. Bs. As: Paidós.
El presente artículo refleja la opinión personal de su autor y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa.