Estudiante del Profesorado en Letras (UNMDP) y docente de nivel secundario.
Adscripta a docencia de la Cátedra de Didáctica General (UNMDP).
Integrante del Grupo de Extensión en Innovación Educativa (GEIE-UNMDP).
“La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas”
Oliverio Girondo
“Sólo hace falta observar atentamente al Ser para darse cuenta de que todas las cosas están entrelazadas, que hasta la más diminuta se comunica con una totalidad. Pero la época de las prisas no tiene tiempo para profundizar en la percepción.”
Byung-Chul Han
Cuando nos encontramos ante una imagen, una obra de arte o situación somos capaces de relacionarla con experiencias, sentimientos o emociones previos. De igual modo, como docentes y docentes en formación, cuando observamos una escena del ámbito escolar podemos relacionarla con los propios recorridos y vivencias porque, tal como sostiene Augustowsky en El arte en la enseñanza, “mirar es una vivencia subjetiva que se produce cuando, a partir de un estímulo visual, activamos significados; al percibir, otorgamos una significación a un estímulo y lo incluimos en nuestro mapa de conexiones conceptuales y afectivas” (2019: 125). Así, cada uno le dará una significación diferente, y a la vez común, en tanto vivimos en sociedad, a aquello que esté viendo dado que en la percepción oponemos lo nuevo con los conocimientos que ya poseemos.
Creemos que ver y analizar arte, con rigurosidad y consciencia, previo a observar aulas resultaría propicio para ejercitar una contemplación crítica, comprensiva y focalizada sobre aquello que percibimos. En este sentido, coincidimos con Eisner en que “el arte nos ofrece las condiciones para que despertemos al mundo que nos rodea (…), nos ofrece una manera de conocer” (2004: 27) y, de igual modo, nos ofrecería nuevos modos de realizar observaciones con fines didácticos. Por ello, inicialmente, debemos preguntarnos por los motivos por los que realizamos observaciones en el ámbito de la formación docente y en el marco de la didáctica: ¿para evaluar? ¿para analizar? ¿para investigar? ¿para mejorar las prácticas de enseñanza? ¿para elaborar teorías? ¿para describir situaciones?…
El ejercicio de observar arte nos permite ‘pulir’ nuestra sensorialidad y reparar en las características de lo que vemos, oímos, saboreamos o palpamos para poder experimentarlo. En otras palabras, el arte nos permite distinguir cosas y no sólo reconocerlas. Pues percibimos y observamos no sólo con la vista, sino con toda nuestra corporalidad porque, como sostiene Pallasmaa, “el mundo se refleja en el cuerpo y el cuerpo se proyecta en el mundo (…). Los sentidos no sólo transmiten información para el juicio del intelecto; también son medios de inflamar la imaginación y de articular el pensamiento sensorial” (2012: 56). Por consiguiente, consideramos que la observación con fines didácticos y, particularmente, en la formación docente puede nutrirse de la experiencia de contemplar expresiones artísticas porque la manera en que una obra nos interpela y conmueve depende de quien la observa, del marco referencial que posea y de la interpretación que pueda hacer luego de esa experiencia. Esto sucede también con la observación de situaciones áulicas: la interpretación que pueda realizarse dependerá de quien esté realizando la acción porque “el que ve no es el ojo sino el sujeto, culturalmente situado y socializado, con determinadas experiencias y conocimientos” (Anijovich, 2009: 74).
La subjetividad de quien observa, entonces, está en juego tanto en la contemplación artística como en la que se hace en un marco didáctico. Asimismo, creemos que en la observación se ponen en juego no sólo las vivencias, conocimientos y preconcepciones acerca de lo que veremos en un aula (el/la docente al frente, los y las estudiantes sentados uno detrás de otro o -salvo excepciones- en semicírculo, el desarrollo de determinado plan de clase, etcétera), sino también toda nuestra corporeidad y sensorialidad (si en ese espacio hace demasiado frío o demasiado calor, los olores o aromas que podamos captar, los sonidos que predominen en el espacio, entre otros) y las emociones que ello nos genere.
En efecto, la observación en el marco de la formación docente resulta esencial para preparar profesionales reflexivos (Schön, 1992). La pregunta acerca de los motivos por los que observamos situaciones de enseñanza y aprendizaje, de alguna manera, delimitará las fronteras en las que el ejercicio se encuadre, cómo utilizaremos la información recabada y las interpretaciones y análisis que haremos a posteriori. De este modo, mediante la observación podremos relevar acontecimientos de la vida escolar que nos proporcionarán, como afirma Anijovich, “una representación de la realidad que pretendemos estudiar, analizar y/o aprender, que es de vital importancia en la formación docente” (2009: 81). Por otra parte, “es preciso observar con detenimiento, es decir, se requiere de cierto tiempo para hacerlo” (2009: 64) lo cual implica observar con atención y, al mismo tiempo, seleccionar dónde concentraremos la mirada, por lo tanto, dejar muchas cosas por fuera de esta.
Del mismo modo que podemos observar obras de arte, es posible hacerlo con las situaciones educativas ante las que nos encontremos. Para ver, apreciar y conmovernos con el arte no es necesario ser expertos o expertas porque las obras no son mensajes o textos que debemos decodificar para comprender ni hay en ellas significados que debamos descubrir o descifrar para luego traducirlos. Pues “el arte forma parte de la vida cotidiana (…) y es un modo de conocer el mundo en el que intervienen las emociones, pero también la razón y el cuerpo” (Augustowsky, 2009: 31). En esta línea, la capacidad de poner en palabras aquello que percibimos con todos los sentidos nos da cierta libertad para usar el lenguaje sin restringirnos a la descripción literal y detallada. En la formación docente la narración de las observaciones realizadas posibilita otros usos de la palabra porque «cuando tenemos la necesidad de decir algo, observamos con más atención» (Eisner, 2004: 119). Asimismo, aquello que las obras de arte despierten en cada sujeto dependerá de quien las observa en tanto la percepción visual es un fenómeno cognitivo, emocional e individual y, además, social. Por ello, cada persona verá algo diferente, focalizará su atención en diferentes aspectos e incluso tendrá diferentes perspectivas sobre una misma imagen, aunque esto no sea absolutamente individual.
Bibliografía
• Augustowsky, G. (2019) El arte en la enseñanza. Buenos Aires: Paidós. Capítulos 1, 3, 4 y 6
• Anijovich, R. (2009) Transitar la formación pedagógica. Buenos Aires: Paidós. Capítulo 3
• Eisner, E. W. (2004) El arte y la creación de la mente. El papel de las artes visuales en la transformación de la conciencia. Buenos Aires: Paidós. Capítulos 1, 4 y 8.
• Jackson, P. W. (1994) La vida en las aulas. Madrid: Morata. Capítulo 1
• Pallasmaa, J. (2012) Los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos. Barcelona: GG.
• Schön, D. A. (1992) La formación de profesionales reflexivos: Hacia un nuevo diseño de la enseñanza y el aprendizaje en las profesiones. Buenos Aires: Paidós.