Por Marcela Esperón
Docente y Lic. en Psicología.
Ig @marcelaesperon
Ilustración
Delfina Lucia Rey, docente y artista plástica
Ig@delfina.lucia.rey
En el jardín el juego ocupa un lugar privilegiado. El juego en todas sus formas- reglado, libre, con intencionalidad pedagógica- acompaña el tránsito de los niños por esta etapa de tanto aprendizaje y tanto disfrute. En la formación de los/ las docentes de nivel inicial, se juega. También se estimula a que lo hagan en sus salas una vez que se desempeñan como maestras o maestros. A cualquier persona le llamaría la atención que en el jardín no se jugara. Está totalmente aceptado que los niños juegan. Si un niño no lo hace, podemos sospechar que alguna cosa acontece; nos preocupamos. Muchos psicólogos y psicopedagogos han estudiado la función del juego en los niños.
A medida que crecen, y con el ingreso al nivel primario, parece como que una barrera se interpusiera entre el estudiante y la posibilidad de jugar. Nos podríamos preguntar si dejó de interesarles pero los vemos jugar en los recreos. Y, sin embargo, disminuye la acción de jugar en el aula. En la formación docente de Educación Primaria, los docentes juegan menos que las personas que cursan el Profesorado de Nivel Inicial. Parecería que el acento se pone en los contenidos disciplinares y ya no hay tiempo para divertirse. Sin embargo, en el nivel inicial, también hay contenidos disciplinares y el juego se cuela en la sala. Algunos docentes de primaria enseñan mediante juegos y es muy lindo, pero ya no se juega por el puro placer.
Cuando pensamos en la educación secundaria, prácticamente no se plantean juegos y la educación parecería revertirse de una “seriedad” propicia para que se logren los aprendizajes propuestos. Si bien algunos docentes de este nivel al igual que los de primaria proponen juegos para aprender, en nuestros profesorados es excepcional que los estudiantes jueguen.
Los alumnos de la escuela secundaria cuentan con la desventaja de que, en muchas escuelas, se espera que las clases sean muy ordenadas y el pequeño y vital revuelo que significa jugar, inquieta a un sistema que todavía privilegia el orden. En la escuela secundaria, la alegría que produce jugar, desborda de cierta forma que, muchas veces, cuesta retomar las actividades o hacer que respeten las normas para jugar. Por esta razón, entre otras posibles, los profesores del nivel secundario utilizamos situaciones lúdicas con una clara intencionalidad pedagógica; clara para los alumnos y clara para nosotros. El juego sirve para algo: se disfruta y se aprende.Se pasa un buen momento y se cumple con un objetivo propuesto. Muchas veces que se explicite el objetivo del juego funciona como un ordenador que brinda una sensación de seguridad.
En mis prácticas reflexivas, muchas veces me quedé pensando qué sucedería si uno se dispusiera a que los alumnos jugaran por el simple placer de jugar. Por lo maravilloso que es jugar, por la creatividad que implica y porque es un derecho. Ofrecer un momento para jugar es, entre otras cosas, un gran liberador de tenciones y un hacedor de alegría. Invitar a los alumnos de secundario a jugar sin un fin determinado, los sorprende y lo primero que preguntan es para qué; frente a la respuesta: para divertirnos, hay una reacción de perplejidad. Poco a poco juegan y disfrutan. Sabemos que el juego tiene estrecha relación con la felicidad (no podemos aquí describir, si esto fuera posible, qué es la felicidad). Pero vamos a remitirnos a lo que cada uno entiende por este término y, el juego, siempre está contemplado en él. Nuestros alumnos en líneas generales aceptan reglas que permitan jugar sin agresiones y con el alboroto suficiente y acotado para que la institución no mire con desagrado una actividad que, a simple vista, parece improductiva a los fines escolares. Como si todo tuviera que realizarse en relación a los contenidos del programa, al diseño curricular.
Si observamos los diseños curriculares de la mayoría de las materias, aparece un vacío en relación al juego como divertimento. Es como si el alumno del nivel secundario solo tuviera que cumplir con ciertas expectativas y con un modelo de estudiante que queda por fuera de la posibilidad de jugar. Queda excluido de un disfrute genuino y sincero que se fomenta en otros niveles educativos.
En la escuela secundaria pueden acontecer otras cosas maravillosas además de aprender, aprobar materias, pasar de año y cumplir horarios. Esto otro que puede acontecer es la posibilidad de jugar para sentirse bien, para estar contentos. Un tiempo para jugar es hermoso, es necesario y, como mencionaba anteriormente, es un derecho que deberíamos promover y respetar. Y, como diría María Elena Walsh…
…quiero tiempo,
pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor…
¡Nos encontramos para jugar, entonces!
El presente artículo refleja la opinión personal de su autora y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa.