La violencia de género como emergente de lo fantástico
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En la segunda parte de “El pozo de Yocci”, primero son presentados los hombres, puesto que son los protagonistas de estas guerras fraticidas: Felipe Braun y Alejandro Heredia, dos figuras destacadas de las guerras por la independencia que conducen los ejércitos beligerantes. El primero es teniente del protector de la confederación perú-boliviana y el otro, “del feroz dictador de la confederación argentina”. En esta primera e indirecta mención a Rosas, el narrador sucita otro conflicto de esta época a nivel nacional: el enfrentamiento entre unitarios y federales. En este aspecto, Batticuore señala que “la zona patria” proyecta una serie de relatos que merecen una atención particular por tratarse de un corpus que hace dialogar a Gorriti con el entramado de la literatura rosista. Se trata de los relatos que, para usar una expresión de la autora, tematizan el drama de las guerras fraticidas. Publicados fragmentariamente en la prensa a lo largo de la década del 50’, “El guante negro”, “La novia del muerto”, “La hija del mazhorquero”, “El lucero del manantial” presentan un común denominador: en ellos emerge siempre una pareja de amantes en peligro. Es en este sentido que establecen un fuerte diálogo con una novela canónica del signo XIX argentino: como en Amalia de José Mármol, también Gorriti ofrece su propia mirada sobre la historia reciente en el marco de una ficción amorosa. Pero a diferencia de lo que sucede en Amalia, en estos relatos la pareja romántica no constituye jamás una pareja política. Por el contrario, aquí el amor y la política están enfrentados, divorciados definitivamente, puesto que héroes y heroínas se enamoran de los adversarios, enemigos acérrimos de su familia. Por eso la felicidad no tiene cabida en el mundo de esos enamorados, o mas bien, como veremos, el sueño de la felicidad no se apoya nunca en el bien.
Esta pugna también está presente en “La hija del mashorquero”, Clemencia descubre que su padre es, como ya lo adelanta el título, miembro de la Mazorca. Mientras la joven, solitaria y desdichada, se esconde para espiar la reunión entre Roque y sus amigos, oye a su padre vociferar: “Guerra a muerte a los unitarios (…) Aún queda una inmensa obra al cuchillo de la mashorca, cuando comparéis el número de los que han caído con el de aquellos que caerán… ¡aunque se escondan bajo el manto de María!”(Gorriti, 89). La polarización política en este relato se proyecta también en las diferencias irreconciliables entre padre e hija. Clemencia es la antítesis de Roque, su aspecto angelical y su benevolencia se asemejan a los de una virgen y su luminosidad se contrapone a la oscuridad del mashorquero. Tal es así que una mujer al ser asistida por ella “contempló con religiosa admiración a aquella bellísima joven cuyo blanco velo plegado como una aureola en torno de su frente parecía iluminar las tinieblas que la rodeaban”. (90)
En “El pozo de Yocci” Aurelia, presentada como la esposa de Aguilar (soldado y amigo de Heredia) acompaña a su enferma madre a ver a un “genio misterioso” para que la cure. La presencia de este personaje peculiar comienza a socavar el verosímil de la crónica y abre una pequeña grieta por donde filtran elementos fantásticos. Este ser extraño que “conoce el pasado y lee en el porvenir” vaticina un desenlace violento en clave enigmática, menciona un “dolor maternal” (45) que anuncia un giro argumental y un panorama aún más sangriento que el ya creado.
A través de este augurio, los pensamientos de Aurelia se llenan de dudas e inseguridades, como también de experiencias inexplicables: “Un bienestar inefable se derramó en todo mi ser, que me pareció arrebatado de la tierra, meciéndose en las ondas vaporosas de un éter rosado y diáfano. ¿Dormía? ¿Velaba? ¿Desvariaba?” A partir de este encuentro comienzan las visiones funestas: sueños, pálpitos, figuraciones que anticipan un provenir trágico. Batticuore explica que en estos relatos la locura surge como la dulce espera de la muerte. Y ya que la muerte es sublime, las heroínas locas de Gorriti son siempre plácidas y hermosas, criaturas celestiales: hablan con dulzura, respiran palidez. Tejen azahares porque saborean como Julieta el encuentro eterno con el amado. A partir de entonces, ellas habitan un más allá de la política violenta de la cual provienen.
En “El pozo…” el enigma funciona como motor de la violencia por parte del hombre hacia la mujer. Aguilar “pálido, sombrío y con una siniestra mirada” sospecha de un amorío entre su esposa y un conspirador boliviano que estaba prisionero cerca del Pozo de Yocci. Cuando el esposo intenta descubrir qué trama su mujer, se impone por la fuerza: “¡Habla! No es tu esposo el que está delante de ti, es un juez que va a pronunciar tu sentencia y ejecutarla” (150). En estas palabras, el hombre expresa y ejerce total dominio sobre la voluntad de su mujer. Ella, quien deja escapar al prisionero boliviano, no lo hace por motivos románticos, sino filiares, pero decide no revelar la verdad y replica “Aguilar, mátame, pero no me pidas este papel” (131). En esta instancia, el narrador describe una lucha breve pero atroz, encarnizada y horrible entre el ser fuerte y el ser débil, entre la fuerza física y la fuerza sublime de una voluntad enérgica. Aguilar, ciego de cólera, se esfuerza inútilmente por arrancarle el papel enigmático y termina hundiendo en el corazón de Aurelia su puñal. “El asesino se hizo dueño de aquella carta a precio de su crimen; y con la sangre fría de una celosa rabia satisfecha, desciñóse la faja roja que contenía sus armas, ató con ella una piedra al cuello a su víctima y la arrojó al pozo.” (133)
A partir de este momento, Aguilar se enajena aún más. Al descubrir la verdadera razón por la que su esposa liberó al prisionero, un remordimiento profundo lo invade porque no sólo había asesinado a su esposa y ocultado su delito, sino que también la había deshonrado. Con el correr de los días su arrepentimiento se transformó en ferocidad, su dolor en una rabia insaciable que supo proyectar en las batallas venideras: “mataba sin piedad; se bañaba con placer en la sangre de sus víctimas, y contemplaba con avidez sus agonías” (135). La bestialidad en este personaje va incrementando a medida que pasa el tiempo y se entrega a furiosos excesos. Al volver a Buenos Aires, se convierte en secuaz de Rosas propagando crueldad y violencia. Es en este escenario lúgubre donde Aguilar tiene apariciones de una silenciosa dama vaporosa y etérea. Es el espectro de Aurelia que busca dormir en sus brazos el sueño eterno. Es en este punto donde podemos afirmar que la escena del femicidio opera como punto de inflexión: el verosímil de la crónica se quiebra por completo y prevalece la dimensión fantástica.
En “La hija del mazorquero” sucede algo similar: Clemencia, luego de tantos sacrificios, decide hacerse pasar por una prisionera unitaria y en las penumbras su padre la mata. Aquí no es el enigma sino el equívoco lo que desata el femicidio. Roque mata a su propia hija y fantástico como emergente no es tenebroso sino redentor:
–¡Clemencia! Gritó el asesino con un horrible alarido.
–¡Padre, pobre padre! Eleva al cielo tus miradas, y búscala allí – balbuceó la dulce voz de la joven al exhalar el último aliento.
El bandido cayó desplomado en tierra, arrastrando entre sus brazos el cadáver de su hija degollada…
Pero la sangre de la virgen halló gracia delante de Dios y, como un bautismo de redención, hizo descender sobre aquel hombre un rayo de luz divina que lo regeneró. (167)
El amor y la pureza de Clemencia se transforman en luz, la dimensión religiosa se fusiona con los rasgos fantásticos y el femicida no es castigado con visiones ni espectros sino que es perdonado. En plena agonía, poco antes de morir, la joven expresa “¡Mi sacrificio está consumado! Cumplida está la misión que me impuse en este mundo: haced ahora, Señor, que mi sangre lave esa otra sangre que clama a vos desde la tierra.” (168)
A modo de cierre, cabe destacar que, según Batticuore, en estos escenarios de violencias extremas donde se mueven los personajes de Gorriti, la muerte es la única alternativa válida para el amor. Tanto la pulsión tanática como la demencia constituyen en estos relatos lo sublime del amor, la prueba más fehaciente y fervorosa de su existencia. Asimismo, las imágenes de violencia de género abren paso a lo fantástico. Los femicidios funcionan como punto de inflexión y el carácter fantástico funciona como una posibilidad genérica para nombrar y expresar esta violencia. En estos relatos, el amor y el sacrificio son el lugar para la mujer. Es el concepto de amor la mejor forma de legitimar y reproducir la subordinación de las mujeres a los hombres. Tanto Aurelia como Clemencia ponen el cuerpo con el propósito de salvar a otro, como entrega incondicional y como única salida posible. Al mismo tiempo, la combinación de perfiles ideológicos, elementos regionales y pasiones atemporales configuran el calibre de una escritora que supo dar cuenta de su época.
Bibliografía consultada:
-Batticuore, Graciela (2019). Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina. Buenos Aires: Editorial Ampersand.
-Batticuore, Graciela (2005) La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritores en la
–Argentina: 1830-1870. Buenos Aires: Edhasa.
-Gorriti, Juana Manuela (2001) Ficciones Patrias. Serie clásicos. Buenos Aires: Editorial Sol 90.