Olvidate del matadero Por Emilia Pozzoni
En su hora de duración, el unipersonal de Pablo Finamore nos invita a recorrer los núcleos narrativos fundamentales de El matadero, una de las obras fundacionales de la literatura argentina. Ricardo Piglia sostiene en La argentina en pedazos (1993) que el elemento que originó las letras nacionales es la sangre, más específicamente, la violencia. Desde su perspectiva, tanto el texto de Esteban Echeverría como el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento serían las dos obras que dieron paso a las grandes creaciones argentinas del siglo XIX, XX y la actualidad. En ambas, se trabaja la otredad y la lucha con el que piensa distinto, dando paso a secuencias de censura, persecución y muerte.
Cabe destacar que El matadero no fue publicado en el mismo momento en el cual fue escrito, sino recién en 1871, veinte años después de la muerte de su autor -quien incluso murió en el exilio, en Montevideo, Uruguay-. Juan María Gutiérrez, fiel amigo y compañero de Echeverría, decide incluirlo en uno de los números de la Revista del Río de la Plata y así volver a abrir el debate sobre una de las más oscuras épocas de la historia nacional. De esta manera, casi dos siglos después de su escritura original, Finamore representa El matadero en clave clown y desde una perspectiva de un personaje muy particular, que no se incluye en el texto inicial. Quien acompañará al público durante toda la obra será Misky, el hijo de una de las empleadas de servicio del aclamado escritor y miembro del Salón Literario, Esteban Echeverría.
Su propuesta puede disfrutarse desde distintos ejes transversales, tomando diversos objetos como centro del recorrido dramático. En primer lugar, como si recuperarse la postura de Piglia, Finamore comienza hablando de la sangre. En este caso, se trata de la sangre que brota del dedo lastimado de Misky. No obstante, la sangre vuelve a estar presente en la faena que tiene lugar en el matadero, en los ríos de sangre que acompañan la labor de los matarifes y, principalmente, en la violencia con la que los federales atacan al unitario del relato. A su vez, el poder es otro componente central a lo largo de toda la propuesta teatral. Por un lado, existe una dimensión de poder clara que recorre incluso el texto original de Echeverría: los federales abusan tanto física como mentalmente del unitario debido a su aparición solitaria e imprevista en el matadero. Finamore toma esta misma circunstancia y la replica en otros ámbitos de su experiencia teatral. Por ejemplo, en la asimetría de poder que lo vincula con el señor Esteban, en tanto que su madre trabaja para él y por lo tanto, ambos cuentan con menores privilegios y derechos en la casa. Asimismo, Misky, además de constituir una clara representación del arquetipo literario del tonto o el loco, es analfabeto; por lo tanto su acceso a la información y la cultura es escaso y contradictorio a los valores hegemónicos de la cultura letrada.
El personaje de Finamore se construye en torno a los valores constitutivos de la oralidad: las repeticiones, las onomatopeyas, los quiasmos y las aliteraciones. Todo lo que Misky relata en el escenario surge de su propia observación y, como toda narración oral, abunda en descripciones sensoriales -en algunos casos hasta reiterativas o redundantes- muchas veces desde una óptica pueril, a pesar de tratarse de un adulto. Desde su mirada aniñada, Misky relata los hechos inmediatamente anteriores y posteriores a los que los lectores de El matadero conocen, añadiendo detalles sobre su vida cotidiana y contextualizando en el momento histórico en el cual se encuentra. Así, con escasa escenografía y acompañados de un excelente narrador, los espectadores nos transportamos a aquella cuaresma porteña de fines de la década de 1830 o principios de 1840.
Todo lo que Misky sabe lo ha conocido a partir de la repetición y la memorización. Así es como gran parte de su sabiduría proviene de los libros de don Esteban y también de sus anotaciones privadas, como sucede con el presunto borrador de El matadero. Finamore pone en boca de su personaje algunos extractos del cuento de Echeverría, los cuales estructuran la representación y la ponen en relación con su intertexto. No obstante, este papel es utilizado por Misky no como un producto únicamente cultural, sino más bien como una forma de detener el sangrado de su dedo. Asistimos, entonces, a una desacralización del objeto literario, así como también, una nueva perspectiva sobre un texto canónico en la historia nacional.
De este modo, la frase “Olvidate del matadero” -que, a su vez, da nombre a la representación- recorre la totalidad de la obra, actuando como hilo conductor de la misma. En estas palabras resuenan las nociones de poder anteriormente mencionadas, haciendo hincapié en el uso de imperativo, que proviene de la voz del señor Esteban, quien decide controlar los recuerdos de Misky y evitar que los haga públicos. En este sentido, se recuperan los tiempos de censura del rosismo y algunos de los métodos de coerción y poder que persistían en manos de La Mazorca y otros órganos de control federal.
Así, combinando tonos de comedia con elementos realistas y dramáticos, Finamore nos guía hacia la historia de los hitos literarios más significativos del siglo XIX. Se destaca el excelente uso del espacio considerando la escasa escenografía -siendo que el único elemento presente en ella es utilizado solo sobre el final de la obra- y la enorme creatividad puesta al servicio de la construcción teatral. Si bien Olvidate del matadero contó con funciones en el teatro Auditorium, actualmente puede verse hasta el 28 de octubre, todos los jueves, viernes y sábados en el Teatro del Pueblo -Lavalle 3636, CABA-. Sin lugar a dudas, se trata de una propuesta imperdible para amantes de la historia y la literatura, y para quienes gustan disfrutar de buen teatro.