Por Marcela Esperón
Docente
Lic. en Psicología
Especialista en Ciencias sociales con mención en Gestión Educativa
Ig: @marcelaesperon
Foto ( corresponde a la autora del texto)
Escuela Provincial N° 21 “Pedro Goyena” Purmamarca, Jujuy
En los Institutos de Formación Docente se trabaja con los saberes propios de cada disciplina y aquellos comunes a todas las carreras: Práctica Docente, Psicología, Pedagogía, entre otras. Se profundiza en la lectura de los textos, se plantean casos reales para analizar y se asiste desde las prácticas a escuelas a realizar las observaciones institucionales y las prácticas. Los docentes aportan viñetas de sus propios cursos que permiten discutir el material teórico propuesto por los Proyectos de Cátedra. Desde los primeros años hay algún tipo de acercamiento a lo que se va a enfrentar el nuevo docente en su territorio. Como en casi todas las carreras, nos resulta insuficiente la práctica. La realidad tiene otra potencia y presencia. El contacto sostenido en el tiempo con los alumnos, muchas veces, nos modifican la mirada que se fue formando a partir de los diferentes autores trabajados. Ya no se trata de “los alumnos”, sino de Manuel, Josefina, Braian. Son rostros, almas, cuerpos y miradas concretas. Necesitan aprender Historia, Arte, Literatura, Psicología y necesitan ser escuchados, ser sostenidos. Es una tarea que no es nueva para quien se forma y se formó como docente.
Sin intentar hacer un recorrido histórico, sobre lo cual hay mucha investigación, me propongo pensar algunas cuestiones que suceden dentro de las aulas de nuestros queridos Profesorados en relación a las nuevas exigencias sociales. En un país que, desde el retorno de la democracia hasta hoy, la educación sufrió muchos cambios, lo primero que podríamos preguntarnos es si los mismos cumplieron la función para la que fueron implementados. Sabemos que hay algunas respuestas positivas y unas cuantas que no lo son tanto. Esos cambios tienen impacto en la formación docente. Si bien es cierto que las innovaciones son interesantes, beneficiosas y, en muchas oportunidades necesarias, cuando las innovaciones son casi permanentes, cuesta que la brújula pueda indicar el norte. Con esa brújula inestable, los reclamos sociales sobre nuestra formación, resultan en muchos momentos excesivos. En los Institutos de Formación Docente se realiza un muy buen trabajo. Sin embargo, hay varias cuestiones para repensar, para modificar, y así lo hacemos junto a los estudiantes.
Los docentes no estamos por fuera de los cambios sociales, pero me parece que, exigir que vayamos detrás de cada modificación social, tiene como un exceso en aquello que cada docente puede realizar en el aula. Si alguien corre detrás de los cambios casi permanentemente, no puede realizar prácticas reflexivas porque las mismas requieren de un tiempo, de una cierta estabilidad. En la prisa, en el apuro, vamos perdiendo la capacidad de responder con una mirada amorosa a cada alumno. El apuro porque tenemos que dar cuenta a requerimientos sociales; que, en todo caso, habría que pensar cuáles son válidos, nos hace perder la posibilidad de registrar aquello maravilloso que surge de un comentario de un alumno, en la actitud de alguien en la clase, la mirada concreta, sostenida; esa mirada docente que se cruza con la mirada de un alumno o alumna. En ese entrecruzamiento se produce un interrogante nuevo o una sensación de que algo es “por ahí”. Todo esto puede verse afectado por el apuro exterior. El trabajo artesanal del docente, su riqueza en contenidos y en las formas de explicar y en los modos de habitar el aula, necesitan de tiempo y pensamiento sobre las prácticas por parte de quienes ejercemos la docencia; de quienes pensamos la teoría, pero fundamentalmente desde la práctica.
Las redes sociales con su costado maravilloso porque nos conectan y nos brindan conocimientos inmediatos y nos mantienen informados, en algunas oportunidades, manifiestan reclamos a los docentes y las escuelas. Hay un supuesto social que va colocando sobre la escuela y los maestros, todas aquellas cuestiones que la sociedad, el Estado y las familias no pueden resolver. Las opiniones son interesantes, pero es muy valioso que nos preguntemos si la institución escuela es la “solucionadora” de cuestiones que son inherentes a otras instancias, como por ejemplo, la familia. Si pensamos en la familia, hay reclamos hacia la escuela que deben quedar en el ámbito intrafamiliar; no solo porque ocurren en su espacio, sino porque requieren tomas de decisiones familiares. La responsabilidad de la madre, el padre o de quien lleve adelante el cuidado del niño, es intransferible e insustituible. Desde la escuela se puede apoyar, acompañar, pero no se puede hacer cargo de aquello que no pertenece a su función. Si lo hiciera, ese alumno o alumna perdería algo del orden de la mirada y la responsabilidad de la familia; de su familia.
Es en los Profesorados donde podemos aminorar la prisa y observar y tomar registro de lo que acontece para luego compartir entre todos, lo maravilloso que queda de nuestro lado; lo que se hace en los territorios, lo que sucede en la relación que establecemos con los alumnos. Es aquí donde tenemos que pensar si el reclamo social es pertinente o si debemos corrernos de él con la certeza de que hacemos todo lo que corresponde a nuestra tarea. La misma la hacemos con las herramientas que tenemos a nuestra disposición en base a nuestra formación. Es decir, trabajamos con aquello que es propio a nuestra profesión. El Profesorado es un espacio rico y creativo para pensar la práctica, ofrecer alternativas y ver desde allí, donde otros no ven, la tarea docente.