Por Patricia Abad Miranda
Bioquímica – Escritora
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¡Yo no sería capaz de matar!
¡La vida es sagrada!
¿Cómo pudo hacerlo?
Son frases habituales que se repiten en charlas frecuentes, como si fuera una negación frente a una pregunta: ¿Todos somos capaces de matar?
Pensamos que aquel que mata es un monstruo, que no es un ser humano. Basta sólo con ver y escuchar cómo los medios periodísticos muestran diariamente tantos casos en los que se intenta encontrar una explicación y comprender por qué aquel mató. Aparecen psicólogos, psiquiatras, sociólogos para descubrir algún signo de alteración psíquica que explique de manera simple por qué esa persona que hasta ayer era «normal» como nosotros, había matado. Pero resulta que en pocos casos aquellos que matan son portadores de verdaderas enfermedades psiquiátricas. Sucede que salen de su control por su incapacidad para contener sus impulsos.
Vulgarmente se suele decir “perdió los estribos”, una situación en la que todos podemos caer en algún momento de nuestra vida cuando nuestra reacción resulta desproporcionada frente a situaciones que se nos van de las manos. Entonces estallamos como resultado de reacciones psicológicas y fisiológicas. Este proceso es conocido como “secuestro emocional”.
Esto hizo preguntarme si no debíamos cambiar los signos de interrogación por los de exclamación y decir ¡Todos somos capaces de matar!
El interrogante es: ¿qué es lo que lleva a una persona a matar, cuando no sufre ninguna enfermedad psiquiátrica? Encontré una respuesta en la explicación que da la psicóloga Celia Antonini. Ella habla de las cinco razones por las que una persona puede matar: patologías mentales, alcoholismo, drogadicción, ambientes agresivos. La quinta es la que me interesó puntualmente: situaciones emocionalmente fuertes, porque son aquellas en las que puede caer un vecino, un familiar, un amigo o uno mismo, de quienes, seguramente, pensaríamos que ninguno es capaz de matar a una mosca.
Antonini explica que:
“Dentro del cerebro humano hay un centro que se llama «de las emociones» y otro que se conoce como «de control». Dentro de este último funciona el pensamiento encargado de controlar los sentimientos. En este sentido, según la especialista, «la emoción funciona como un acelerador y el pensamiento es el freno a esa emoción». Cuando este freno falla, se atraviesan los límites que cortan con el entendimiento y dejan a la persona «secuestrada» por la emoción.
Entendí que en esos momentos nuestra reacción es automática, nuestro cerebro emocional responde a mayor velocidad que nuestro cerebro control y las respuestas son imprecisas porque no llegan a pasar por el análisis racional. Nuestro cerebro emocional primitivamente respondía a la necesidad de la supervivencia, es decir daba respuestas que tenían que ser automáticas ante situaciones vitales, peligrosas. Pero con la evolución esta manera de reaccionar no siempre resulta positiva y es así como una discusión puede resultar en un muerto y un homicida que, seguramente, termine arrepentido.
Por otra parte, la psicóloga criminalística Julia Shaw, autora del libro Hacer el mal, dice que «cuando se habla de asesinos, con frecuencia se recurre a las palabras «monstruos» o «perversos» para calificarlos, como si fueran seres de otra especie aparte, absolutamente diferentes a nosotros. Sin embargo, todos somos capaces de matar».
«Hace un tiempo la ciencia antropológica descubrió el que podría ser el primer asesinato de la historia. Fue hace 430.000 años en Sima de los huesos al norte de España, en la sierra de Atapuerca.
Allí un joven murió de forma precipitada a consecuencia de dos golpes en la frente con un objeto contundente en una brutal y fatal agresión cara a cara. La antropología descartó un accidente. Se concluyó que los impactos fueron producidos por otro individuo con lo que podríamos llamar el arma asesina.
Hoy, después de 430.000 años de evolución, el hombre sigue teniendo emociones que perforan su filtro, su control y pueden llevarlo a matar».
Este hecho, tan lejano en la historia del hombre, es parte de la contratapa de mi libro El Grito Inaudible, donde intenté recopilar en 12 cuentos algunos casos que reflejen situaciones donde una persona «normal» puede llegar a matar. No es un libro de psicología, o psiquiatría ni son cuentos policiales. Y sólo incluyo los casos de la quinta razón que señala Antonini. No consideré alevosía ni intereses materiales.
Tal vez si entendiéramos y tuviéramos presente que la acción de matar es inherente al humano y aceptáramos esta premisa, podría ser una forma de evitar muertes de un humano causada por otro humano. Para esto deberíamos replantearnos de que forma lograr vivir en sociedades donde se minimicen las causas que alimentan las respuestas del cerebro emocional de sus integrantes y el debilitamiento del freno mental que las debería controlar.
Parecería que con los niveles de agresividad en la sociedad y muchos hechos que terminan en muerte, no nos hemos alejado de la Sima de los Huesos.