Aquí ando conociendo un nuevo virus en esta cuarentena: el aburrivirus (Niño de 9 años – “Los niños andan
diciendo”).
Entre muchas de las cosas que pueden haber cambiado en estos más de cien días de cuarentena, aparece nuestra relación con la dimensión temporal. La “nueva normalidad”, que por cierto ya no es tanto aquella que se piensa en términos de pospandemia sino la que estamos transcurriendo, nos ha impulsado -a algunos quizá más que a otros- a sentipensar cómo nos relacionamos con este tiempo donde muchas de las actividades de la vida diaria han quedado suspendidas, o se han modificado, en el mejor de los casos. Esa “suspensión” parece estar operando en un doble sentido: como pausa, y como sensación de estar en el aire, levitando, sin certeza de un suelo firme. La disminución del repertorio de actividades posibles, va sedimentando rutinas que densifican el tiempo. Los días pierden su paleta de colores, sus contrastes y aparece la pregunta: ¿qué hay de nuevo bajo el sol?
El aburrimiento es un estado emocional que se vincula con la motivación y el interés por las actividades y el ambiente. No resulta extraño que hoy, frente a las restricciones propias de una cuarentena, los tiempos de infancia se configuren en torno al aburrimiento.
Así las cosas, se juega aquí una cuestión central: ¿cómo nos relacionamos -como adultos- frente a ese aburrimiento infantil? Pensémoslo de la siguiente manera: estar aburrido marca un tiempo. Un momento de pausa, una potencia negativa donde el hacer, la actividad -o, al decir de mi padrino Néstor, la “activitis”- por un momento, se suspende.
El aburrimiento, puede ser una potente herramienta para instituir infancia. No hemos de “resolverlo” sino de acompañarlo. Acompañar el aburrimiento como espacio de creación y vínculo, invita a explorar deseos, apuntalar la creatividad, la inventiva, la capacidad del niño/a de construir su mundo, su historia. En este sentido, el aburrimiento es un gran pedagogo, invita una particular pedagogía del mirar. Acompañarlo, implica sostener una presencia que devuelve a la escena cotidiana los rostros humanos frente a la dinámica casi total de la virtualización de la vida. El aburrimiento como pedagogo nos invita a mirar el mundo no como materia-forma inmutable, sino como un conjunto de elementos y fuerzas vivas que podemos transformar, y con ello, transformarnos. El aburrimiento como potencia creativa, permite tomar las riendas del tiempo e instaurar otra temporalidad a partir de embarcarse en una narrativa lúdica donde el/la niño/a es protagonista.
En tiempos donde el virus nos aisla, nos recluye y recorta oportunidades del hacer, aparece otro, que instaura un espacio de potencia de vida para las infancias: el aburrivirus.