Si tuviéramos la capacidad de ver el mundo con los ojos de un niño, ¡cuánta verdad encontraríamos! Y si pudiéramos ver la vida con los ojos de Zezé, protagonista de la novela que les invito a leer, ¡cuánta inocencia y nobleza descubriríamos, cuántas injusticias quedarían develadas ante nosotros, cuánta desigualdad…!
Hoy les sugiero la lectura de una novela que, toda vez que la lean, los emocionará profundamente: Mi planta de naranja-lima de José Mauro de Vaconcelos (Río de Janeiro, Brasil; 1920-1984). Autor de prosa sencilla, clara y llana, de profunda capacidad de observación y memoria prodigiosa, nos brinda en esta obra un ramalazo de su infancia, rasgos autobiográficos que se hacen evidentes, relato de una infancia marcada por la pobreza, el maltrato y, a pesar de ello, el afán de aprender como el único instrumento que puede salvarlo de esa situación de vulnerabilidad extrema.
Zezé es un niño pícaro, ingenioso y sumamente inteligente. Vive en el seno de una familia numerosa que atraviesa necesidades económicas. Cada hermano se hace cargo del que le sucede y, de ese modo, van colaborando en su hogar que se ve afectado.
Hay un personaje que cobra vital relevancia en el relato y es el tío Edmundo, hombre jubilado que es el nexo entre el niño y la lectura, es la persona que acerca al protagonista al mundo del conocimiento, quién siempre tiene tiempo para escucharlo y para enseñarle el mundo a través de los libros.
Al conocer al portugués, personaje principal de la novela, Zezé siente lo que es el amor de familia, se siente realmente tenido en cuenta, pero un hecho inesperado lo sume en un pozo tan profundo que termina con su alegría y con su inocencia.
Para cerrar esta recomendación, quiero contarles una anécdota que me sucedió hace algunos años, en una escuela muy vulnerable en la que aún hoy trabajo, mientras leíamos esta novela: en un pasaje de la misma, Zezé le llevó flores a su maestra porque había advertido que el suyo era el único florero vacío en toda la escuela y esto, el niño lo asociaba a que su señorita no era muy linda y por eso nunca tenía flores. Cuando llegamos a la lectura de ese fragmento, les digo a mis estudiantes (en tono de broma) que entendía por qué nunca había flores en mi escritorio. La siguiente clase, al ingresar al salón, veo mi escritorio repleto de hermosas flores que mis chicos/as habían cortado de sus casas o de la casa de alguna vecina, para regalarme, no puedo explicar con palabras la emoción que me embargó y que aún hoy me embarga ante semejante muestra de cariño. Es que los pequeños gestos son los más significativos y mis estudiantes, identificados completamente con la infancia difícil de Zezé, lo saben.
El presente artículo refleja la opinión personal de su autora y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa