Por Ezequiel Vivas

Se me ocurrieron varios títulos alternativos para este texto. Les comparto algunos para que entiendan hacia dónde apunto con el que terminé eligiendo.

“¿Qué hago con los cítricos?” // “¿El huevo es orgánico?” // “¿Y en qué momento le pongo tierra?” // “El ajo es para los vampiros, no para el compost” // “¿Qué es eso del pH?” // “A las lombrices no les gusta la cebolla ni la comida condimentada” // “Che, ¿la yerba va? Si, porque es orgánica, si, ¿no? ¿O no?”// (Este último me gustaba pero no creo que fuese a aportar claridad)

Sin dudas este tema no quedará resuelto en las líneas que siguen, pero hacia allá voy. Para empezar a desarrollarlo, hice una búsqueda en internet con las palabras textuales “qué se puede compostar”. La buena noticia es que entre la gran cantidad de información, hay tres coincidencias importantes: Ni los plásticos, ni las carnes ni los lácteos se compostan.

Una vez aclarado esto, no queda más que comenzar a compostar todo lo demás. Un recipiente con ventilación y drenaje es más que suficiente. 20 litros de volumen como mínimo. La “receta” que a mí me funciona es 50% material seco, 50% material orgánico. Por material seco entiéndase hojas secas del otoño (ideal), restos de poda, cartón, o papel. Esta receta no lleva ni tierra ni lombrices.

Comenzamos a andar ese camino, y empiezan las dudas. Muchas de ellas insólitas. Creo que son producto del cambio de hábito y del aprendizaje; duda quien avanza conscientemente.

Acompáñenme en las siguientes escenas. Las voy a dejar abiertas intencionalmente para que las mediten y reflexionen.

  • Terminás de cocinar. Ahí está esa cáscara de cebolla que usualmente va a la basura. Quedás inmóvil por un momento, mirándola fijamente. Ahí está naciendo la duda. Ahí sos consciente de que no sabés si se composta o no. Tomás esa cáscara con un gesto de la mano, todavía dudando. Finalmente, cuando decidís que va a ir a la compostera, pasa algo inexplicable. Cambia el gesto de la mano con el que sostenés esa cáscara. El contacto se hace más firme, como si antes de decidirte tuvieras asco de agarrarla porque va a la basura. Hasta puede que uses las dos manos para llevarla a la compostera.
  • Conversación que he tenido varias veces con quienes empiezan a dudar (o a compostar): – Me pasa que tengo un plato con restos de comida condimentada y no sé si va o no a la compostera. – Mi respuesta más o menos es asi: Si dudás entre compostera o tacho de basura, yo digo compostera, siempre. – ¿Siempre? Pero y si consumo mucha yerba (o mucho cítrico, o mucho maní), ¿no pasa nada con tirar mucho de eso? – Mi respuesta: Según lo que me comentás, yo revisaría primero la dieta, luego la compostera.

Me gusta pensar que estas escenas hablan de que el compostaje cambia nuestro mundo chiquito, ese que creamos con la mente. Cambia nuestra forma de relacionarnos con lo que comemos y dejamos de comer. Con lo que decidimos dejar de hacer. Con nuestras dudas y frustraciones. Cambia la forma de habitar(nos). Pero sobre todo, nos enfrenta* con nuestros sistemas de gestión de la basura que nadie sabe quién los inventó, que sin duda fueron muy útiles pero ya no lo son. Y partir de allí, no compostar se convierte en un error evidente.

*enfrentar: poner a la altura de nuestra frente para poder ver mejor.


El presente artículo refleja la opinión personal de su autor y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa

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