Especialistas del Conicet detectaron la presencia de agroquímicos y contaminantes industriales en abejas y productos apícolas de Córdoba, Buenos Aires y Río Negro. Frente a eso, recomendaron realizar un monitoreo sostenido para la conservación de los servicios de polinización, la industria apícola y los ecosistemas.

Recientemente, especialistas del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) detectaron la presencia de diferentes tipos de agroquímicos y contaminantes industriales en muestras de abejas, pan de abejas -alimento básico de las abejas adultas y sus larvas-, cera y miel colectadas en primavera y otoño en apiarios de Córdoba, Buenos Aires y Río Negro. Este descubrimiento forma parte del trabajo publicado en la revista Environmental Research, fruto de la tesis doctoral de Agustina Villalba, ex becaria del Conicet, y la colaboración entre científicos de Mar del Plata y Córdoba.

Según estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Argentina es el segundo productor y exportador mundial de miel, detrás de China. El 95% de la miel que se produce en Argentina se exporta a más de veinte países y es considerada una de las de mejor calidad en el mundo. La industria apícola sustenta a 30 mil productores que trabajan con unas tres millones de colmenas repartidas en todo el territorio nacional, pero concentradas principalmente en la Pampa Húmeda.

Sin embargo, las abejas melíferas (Apis mellifera) enfrentan amenazas relacionadas con las transformaciones en el uso de los suelos y con las actividades productivas. Esto no sólo impacta en la producción de miel y derivados de la colmena, sino también pone en riesgo los importantes servicios de polinización que proporcionan a los cultivos y a la flora nativa.

Hay muy pocas investigaciones sobre contaminantes en abejas de la miel, así que decidimos realizar un primer muestreo para distintas ecorregiones de Argentina a modo comparativo. Muestreamos un apiario de Río Primero, Córdoba, que se encuentra en una zona ampliamente cultivada con soja y maíz, donde se utilizan muchos agroquímicos, aunque a la vez posee relictos de bosque chaqueño. Además, se tomaron muestras en las localidades de Santa Paula, Buenos Aires y Choele Choel, Río Negro, que tienen paisajes con vegetación diferente”, apuntó Leonardo Galetto, investigador en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV, Conicet-UNC) y coautor del estudio.

De acuerdo con los y las científicas, las abejas están expuestas a una combinación de contaminantes que se acumulan en el ambiente y en la propia colmena. En los tres sitios y en ambas estaciones se observaron residuos de plaguicidas organoclorados y clorpirifos -un insecticida altamente tóxico muy usado en Argentina hasta el 2023-, además de bifenilos policlorados (PCBs) y éteres de bifenilos polibromados (PBDEs), compuestos tóxicos provenientes de zonas industriales y urbanas. Cabe aclarar que todas las mediciones se encuentran por debajo de los límites máximos permitidos por la Unión Europea.

“Todos los compuestos que medimos en este trabajo son obsoletos. En el caso de los plaguicidas organoclorados, fueron prohibidos en su mayoría en el Convenio de Estocolmo del 2001. El último fue el endosulfán, muy utilizado en nuestro país hasta que se prohibió en 2013. Su presencia en las muestras analizadas se debe a que persisten en el ambiente hasta por 20 o 30 años. Los PCBs también están prohibidos, pero aún se encuentran en algunos transformadores eléctricos y capacitores hasta el año 2025, que es la fecha límite establecida en el Convenio de Estocolmo para sacarlos de circulación”, explicó Karina Miglioranza, investigadora en el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMYC, Conicet-UNMdP).

Un resultado destacado del estudio fue la presencia generalizada de contaminantes industriales en los apiarios, a pesar de encontrarse en tierras agrícolas. Una característica compartida por los PCBs y los PDBEs es que son volátiles, por lo que pueden trasladarse largas distancias. “Se observó que el transporte atmosférico parece ser un importante agente de dispersión de estos compuestos sobre las colmenas y, probablemente, sobre distintos grupos de organismos, incluidos los humanos, del que no somos tan conscientes”, añadió Galetto.

Matías Maggi, investigador en el Instituto de Investigaciones en Producción, Sanidad y Ambiente (IIPROSAM, Conicet-UNMdP), señaló que, si bien los niveles de contaminantes observados se consideran subletales, pueden producir diferentes afecciones en las abejas: “Pueden quedar desorientadas en su vuelo, que les acorte su tiempo de vida, que les genere alguna alteración en sus órganos reproductivos, que no puedan retornar a la colmena, que no realicen bien la danza para indicar a sus compañeros dónde están las fuentes de alimento, etcétera. Generalmente los efectos se ven a mediano y largo plazo”.

A partir de los resultados de esta investigación, las y los autores recomiendan hacer un monitoreo sostenido de diferentes contaminantes en las matrices apícolas del país para caracterizar los riesgos químicos, evaluar el estado de salud de las colmenas de abejas y los niveles de contaminación de los diferentes agroecosistemas. Esta información, aseguran, será crucial para tomar acciones enfocadas en la conservación de los servicios de polinización, la apicultura y los ecosistemas en Argentina.

“El cuidado de la salud ambiental, que incluye a las abejas y todos los cohabitantes del territorio, es cada vez más necesario para potenciar los servicios ecosistémicos que garantizan la soberanía alimentaria y la conservación de la biodiversidad. En ese sentido, la investigación de problemáticas socio-ambientales que impactan sobre la producción de alimentos que consumimos y/o exportamos es fundamental para ordenar nuestro territorio y generar una mejor articulación entre el sistema de ciencia y tecnología y las demandas sociales”, reflexionó Galetto.

Las acciones de mitigación tienen que empezar desde muy abajo, con participación de todos los actores involucrados, pero también ir escalando a las esferas de gobierno. Esto es clave en el marco de Una Salud (One Health), que implica una perspectiva global de la salud de los seres vivos y los ecosistemas. A nivel nacional y mundial se han generado muchos espacios de interacción en temas ecotoxicológicos entre especialistas, gobiernos y empresas. El Conicet ha generado articulaciones, como la Red de Seguridad Alimentaria, que permiten elaborar informes a pedido de la sociedad. La base está en generar conocimiento para comprender los problemas en la educación y en la transmisión de ese conocimiento de modo comprensible”, concluyó Miglioranza.

Comentarios