Por Iván Bassi Bengochea

“Yo nací para jugar y ser feliz, no para estar encerrado en una cuarentena” Felipe, 6 años –
Los niños andan diciendo.

Comienzo a escribir estas líneas al tiempo que una notificación en el celular me comunica que “el gobierno ha extendido la cuarentena 14 días más”. Claro que mucho se puede analizar y decir del título de la noticia. Existe un posicionamiento diferenciado si se entiende a la política sanitaria como “una cuarentena” o, como sostuvo el presidente, como “un mecanismo de aislamiento para algunos y distanciamiento social para otros”. Pero, dejando por un momento de lado esos debates lo cierto es que, en materia de gestión, la estrategia sigue siendo la misma más de doscientos días después de iniciado el aislamiento.

Quienes nos formamos en el ámbito de la salud, prácticamente lo primero que hemos aprendido fue a problematizar la definición de “salud” de la OMS. ¿Por qué, entonces, no problematizar sus recomendaciones?

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) frente a la crisis: techo y agua potable, “quedate en casa” y “lavate las manos”. Sousa Santos (La cruel pedagogía del virus, 2020) ya advertía esto a principios de año y señalaba que esas recomendaciones “parecen haber sido diseñadas con una clase media en mente, que es una pequeña fracción de la población mundial”. Entonces, frente a las decisiones que sostienen políticas de aislamiento como medidas para cuidar de todes, es lícito preguntarse ¿en quienes se está pensando y en quienes no? ¿qué implican los actos de cuidado? ¿qué lugar les cabe a las infancias en estas políticas?

En principio, deberíamos entender que las prácticas de cuidado cargan con una dimensión que incorpora al otro como sujeto (y no como objeto de políticas públicas), que aloja singularidades, preguntas y atravesamientos emocionales. En este sentido, el cuidado y la escucha aparecen como procesos íntimamente vinculados. Escuchar a las infancias se vuelve indispensable para la articulación de acciones en salud.

Ahora bien, si hay un aspecto desatendido en estos tiempos de crisis sanitaria, económica, y social, es la existencia de dispositivos que alojen las singularidades infantiles y las ponga en diálogo con los centros desde los cuales las decisiones se gestan. Frente a la falta de gestión de ideas innovadoras, convocar a espacios de diálogo y participación ciudadana se convierte en un imperativo, y en ello, las voces de las infancias y sus modos particulares de producción de sentido, deben incorporarse como punto de partida para la elaboración de medidas, programas y políticas públicas sostenibles.

La escucha implica un acto de hospitalidad de la otredad que sólo es posible desde un lugar de suspensión de nuestras certezas: ¿estaremos dispuestos?


El presente artículo refleja la opinión personal de su autor y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa

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