Por Sabrina Aguilera (CONICET Mar del Plata)

Hace más de 15 años un grupo de investigadores y becarios del CONICET y la UNMDP, liderado por Fernando Cacopardo, pusieron pie en distintos “asentamientos” del partido de General Pueyrredon para trabajar con la comunidad en la mejora del hábitat y la vivienda. Hoy el concepto de “tecnología social” como proceso sociopolítico y de democratización del saber circula en el equipo como las bases humanas y profesionales que persiguen y practican la coherencia entre el decir y el hacer. Relatamos en esta nota parte de este recorrido.

En la Casa de Encuentro comunitario Dulces Sonrisas del barrio Nuevo Golf en la ciudad de Mar del Plata nos dimos cita con gran parte del grupo de investigación del Programa “Hábitat y Ciudadanía” de la UNMDP perteneciente al Instituto de Investigación en Desarrollo Urbano, Tecnología y Vivienda formado por Fernando Cacopardo, Inés Cusán, Macarena Blanco Pepi, Gabriel Cacopardo, Jeremías Ispizúa, Isaac Melian, Patricio Gabriel Freire y Antonela Mitidieri.

Este grupo de ingenieros industriales y arquitectos, trabajan conectados con otras disciplinas en los barrios Monte Terrabusi, Santa Rosa del Mar, Nuevo Golf, Autódromo, Las Heras, La Herradura, Juramento y Alto Camet. Con lineamientos de asociativismo, de tecnología social y urbanización popular, abordan dinámicas que denominan “problema-solución” y de desarrollo “con mucho intercambio de conocimientos, en realidades complejas y con libertad para pensar”, relata Isaac Melian, como parte del grupo.

Entre ollas, pupitres, pizarras y las risas de los chicos jugando afuera comenzamos a conocer un grupo humano repleto de complicidades, de historias, de debates internos y externos, pero principalmente un equipo grande y humilde.

Fernando Cacopardo es arquitecto, investigador independiente del CONICET, y transita su carrera desde hace más de 20 años en los asentamientos barriales del Partido de General Pueyrredón. En el barrio lo llaman “el hombre”, “Caco” o “Indiana Jones” y algunos chicos “Dr. Brown”. Es conocido por sembrar conocimiento, por compartirlo con una sonrisa y una voz firme. Su jeep azul, modelo 62, es famoso en todos los barrios periféricos de Mar del Plata. Ha sido cómplice y líder de inmensas transformaciones tanto en personas, familias y asentamientos. Y formó un grupo de investigación que no sólo se parece a él desde lo profesional sino también desde lo humano.

LAS BASES

Desde sus inicios en la investigación, a Fernando le interesaron los procesos de construcción territorial. Pero cuando Argentina transitaba su peor crisis social, económica y política en el 2001, este proyecto daba sus primeros pasos con la voluntad de salir de la Facultad y caminar los territorios pobres. De allí surge la idea de generar una base de datos de comedores comunitarios del Partido de General Pueyrredon. “Esto nos permitió acceder a barrios periféricos en donde tuvimos las primeras aproximaciones a las personas y sus urgencias, logramos generar un primer resultado con un aporte real a través de una base de datos de necesidades de comedores comunitarias, ante el problema del hambre que había en la ciudad”, comenta Fernando.

Entonces, la estrategia fue hacer campañas focalizadas publicadas en medios locales con pedidos concretos a la comunidad, de frecuencia semanal y periódica. Este “sistema-puente” funcionó y le permitió al Grupo comenzar a caminar el trabajo en red, en principio hacia adentro de la Universidad y luego hacia afuera, con entidades, empresas, organizaciones y Municipio.

Los años pasaron y por el 2005 el Grupo tenía el deseo de incorporar su trabajo de manera más directa en los asentamientos locales y gracias al contacto con Jorge Barenstein, un gran referente en acciones con la sociedad civil, lograron dar los siguientes pasos con un relevamiento más profundo en el barrio Alto Camet como “caso testigo” que permitió generar una base de datos georreferenciada. Con esas entrevistas logramos “acceder” por primera vez al asentamiento, “armamos un equipo de investigadores con un subsidio de la CIC, hicimos un relevamiento de aproximadamente 300 familias de la zona norte.  Elaboramos las bases de variables tanto de hábitat como sociales, con un equipo interdisciplinario de antropólogos, geógrafos, trabajadores sociales, y otros profesionales”, cuenta Fernando.

Así construyeron una herramienta inmensamente necesaria para cualquier trabajo de desarrollo social, porque lograron proveer al Estado un instrumento de relevamiento mapeado y nominal, un tablero de información geográfica “vivo” donde se cargan las variables y luego se realizan búsquedas delimitadas para observar desde las características de los hogares, las personas que allí viven y las necesidades específicas de cada familia: desempleo, discapacidades, violencia de género, oficios de las personas, entre otros. “Ahí empezamos a trabajar la idea de pobreza no como carencia sino como la capacidad de carga territorial, es decir la capacidad que tiene un territorio de poder recibir un cierto impulso o apoyo”, explica Fernando.

Los intentos de acercar este instrumento a los sectores políticos decisores no tuvieron grandes consecuencias, por lo que el Grupo decidió actuar tomando los principales focos de “tensión” que mostraba el geo-mapa, y puso pie directo en las zonas donde el tema de hábitat y agua estaban en crisis. La estrategia que surgió de este primer paso es la misma que este equipo sigue utilizando 15 años después y que sentó las bases para lo que hoy son y hacen: tejer redes para resolver problemas, compartir conocimiento y generar contacto directo y trabajo mancomunado con los “referentes o expertos territoriales”.

LA ESTRUCTURA

Durante estos 15 años siguieron creciendo y generando acciones en más de 10 barrios de la ciudad. La semilla del conocimiento y compartir saberes no tiene final y en la actualidad, más de 400 familias forman parte de un proyecto colectivo y participativo para generar acceso a infraestructura, equipamiento comunitario y vivienda. Algunas acciones en estos años fueron: brindar soluciones de acceso al agua en los barrios Las Dalias (2005) Monte Terrabussi (2007) y El Caribe (2020); capacitar a referentes y vecinos  en técnicas y componentes de construcción;  construir espacios de  desarrollo comunitario en barrios Nuevo Golf, Las Heras y Autódromo e impulsar núcleos socio-productivos.

“En estos barrios hay demandas concretas. Nosotros hacemos ciencia territorial aplicada para resolver problemas. Ayudamos a identificar a los referentes barriales y, a través de las redes empezamos a traccionar”, manifiesta Gabriel Cacopardo, hijo, becario y parte del grupo.

Las principales urgencias que se han identificado en los asentamientos se relacionan con temas de infraestructura de servicios y vivienda. Además, contamos con pequeños centros socio-productivos y comunitarios que favorecen la actividad cooperativa, asociativa y colaborativa. “Así, se promueven y construyen centros comunitarios con fines diversos donde se abren espacios educativos, de atención sanitaria o de reunión activa, por ejemplo en el barrio Las Heras o “La Trinchera”, un espacio de referencia en  Nuevo Golf. Son distintos niveles, distintas estrategias de desarrollo que venimos impulsando en un marco de tecnología social y es parte de lo que llamamos un “modelo de urbanización popular”, desde un muro, una vivienda a un emprendimiento productivo o un centro comunitario, todo apunta a construir ese modelo”, explica Isaac.

Por todas estas razones, el Grupo define su trabajo como epistémico, teórico y profundamente político “hay que estar ahí, poner el cuerpo y transitar la experiencia para comprender las transformaciones sociales en el mismo lugar, en el mismo territorio”, afirma Fernando.

PARA CADA PROBLEMA, UNA RED

Dice Fernando que con las palabras hay que ser cuidadoso para evitar ser cómplices de un sistema que reproduce la pobreza, por ejemplo, el concepto de informal. ¿Quién dice qué es lo formal y lo informal? Por eso aclara: es erróneo referirnos a estos territorios como “informales” porque en los hechos hay oculto un sistema de múltiples vinculaciones con el sistema “formal”, que los expulsa y explota.

Para el Grupo es importante este tipo de aclaraciones sobre la “exclusión” y la “informalidad” que marca y delimita una “gravitación negativa sistémica”, y eso determinó el camino de sus acciones y sus líneas de trabajo durante años. De esta teoría experimental con base territorial nacen prácticas de urbanización popular, y de empoderamiento vecinal.

“No hay discursos descolonizadores sin prácticas descolonizadoras dice Silvia Rivera Cusicanqui, es lo que de alguna forma queremos decir y está en el espíritu de lo que hacemos, aclara Fernando. Reconociendo la realidad de los asentamientos es que el Grupo logra ingresar e impulsar cambios conjuntos y auténticos. “Nuestro objetivo es generar teoría con la mayor aproximación territorial posible. Aunque de a poco se van abriendo caminos que intentan hacer reformas -y que generan esperanza-, lamentablemente, el sistema científico plantea un desbalance entre el canon tradicional de cantidad de papers y otras formas de medir resultados de la producción científica. De a poco se van abriendo caminos que buscan hacer reformas, por ejemplo, incluir a la tecnología de gestión en el mismo nivel que un artefacto tecnológico. Esta es otra forma de hacer ciencia y de compartir los saberes”, asevera convencido Fernando.

En relación con las tecnologías de gestión, el Grupo se vincula con entidades como el Hospital Materno Infantil, CONIN – Supertenedores, dependencias gubernamentales, movimientos sociales, empresas públicas y privadas como EDEA, OSSE, canteras Yaraví S.A, organizaciones vecinales y de la sociedad civil con las que vamos construyendo redes para acompañar la resolución de problemáticas asociadas al hábitat. “Se trabaja en conjunto en todas las etapas de la trayectoria de una situación a resolver”, explica Manés Cusán.

Las semillas de lo construido también se diseminaron a través de congresos, publicaciones científicas y experiencias en ciudades de escala intermedia de la región. Pero el Grupo no se quedó sólo en eso. Al hacer tecnología de gestión era imprescindible contar con una estructura institucional más operativa para las redes de cooperación y para canalizar recursos. Para esto crearon en 2014 la Fundación SOPORTE Yo soy porque nosotros somos. “Esa palabra nos da identidad, no solo como un concepto de construcción, de resguardo para el habitar sino también como un espacio de vinculación que sostiene y promueve otros desarrollos”, agrega Manés.

Gabriel profundiza sobre la práctica cotidiana: “Nosotros trabajamos de una forma no convencional: desde el territorio al laboratorio o al paper. La tarea diaria es muy gratificante porque ves cómo se transforma la realidad, desde acciones concretas, donde el aprendizaje es colectivo y conflictivo, donde grupos familiares cambian sus realidades mediante estrategias de mejoramiento del hábitat. Esta forma de hacer ciencia es diferente al canon dominante. Somos partícipes de los mismos procesos de transformación que estamos investigando”. En ese mismo sentido, Patricio Freire agrega: “creo que como Grupo nos une el intento de hacer coincidir la profesión con la vocación de una ciencia para resolver problemas humanos esenciales. La actividad es dinámica, interactiva y se aprende a convivir con la incomodidad de hacer, de equivocarse, y de debatirnos todo el tiempo”.

Después de más de tres horas de charla, recuerdos y risas, nos vamos con la pregunta ¿Para qué sirve la ciencia entonces? Cada uno de los integrantes fue armando la respuesta como un rompecabezas: para generar un proceso de conocimiento que tenga un impacto concreto y real sobre las cosas, sobre la realidad, que permita realmente transformar las cosas. “En esta área de investigación y desarrollo, nos interesa una ciencia situada, con base territorial, con experiencia empírica directa, con una construcción colaborativa de datos primarios que permitan transformaciones y desarrollos genuinos. Una ciencia asociada a saberes para resolver problemas y, finalmente, una esperanza de encender la magia de la emancipación”, concluye Fernando.

Fuente: CONICET Mar del Plata

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