Cólumna de la cátedra de didáctica general.

Por Esp./Lic. Graciela Efron*

“El estudiante preso, si bien está preso, no es preso sino estudiante”
(Lewkowicz, 1996).

Siempre recuerdo la sensación de la primera vez que fui a dar clases, la primera vez que entré al Penal. Se accede al espacio “escuela” atravesando largos pasillos con ventanitas más bien altas, muchas con vidrios rotos o sin vidrios, por donde entran y salen pajaritos todo el tiempo. Esa sensación es la que me acompaña hasta hoy cada vez que recorro esos pasillos, la sensación de ser como ese pajarito que trae el afuera y se lleva un poco del adentro en cada encuentro. Como ahora, que les cuento un poco de todo lo que en ese adentro sucede.

Partimos de reconocer que la educación es un Derecho Humano fundamental consagrado en nuestro país a partir de la adhesión a Pactos Internacionales que colocan, a los Derechos Humanos y por lo tanto a la educación, en el vértice más alto del orden jerárquico de normas, debiendo ser el Estado el garante de ese derecho, así como de la distribución de bienes culturales con justicia a toda la población.

Las personas privadas de su libertad tienen, por imperio de la ley, suspendido el Derecho Humano de Libertad, es decir, la facultad de obrar según nuestra voluntad, respetando la ley y el derecho ajeno.  ¿Qué significa esto? Que sólo están privados de su derecho de libertad ambulatoria, es decir, de moverse libremente, mientras todos los demás derechos no afectados por la pena: salud, educación, alimento, recreación, etc. deben seguir siendo garantizados por el Estado.

Por eso, el Estado, a través de la Ley de Educación Nacional 26206/06, establece la obligatoriedad de “garantizar el Derecho a la Educación de todas las personas privadas de libertad” en todo el territorio nacional, y crea la modalidad de Educación en Contextos de Encierro, iniciando así un cambio de paradigma.

De este modo nos posicionamos frente a las personas en situación de privación de la libertad como Sujetos de Derechos y es función de la educación “promover su formación integral y desarrollo pleno”, tal como expresa la ley, y vincularlos nuevamente con el deseo de conocer y de aprender.

Históricamente, la Educación en Contextos de Encierro (ECE), se ha entendido como un dispositivo de control, como parte integrante del TRATAMIENTO penitenciario. Pero ¿por qué tratamiento? Porque se entiende que en las cárceles y a partir de “tratar” al interno, éste se podrá recuperar, reinsertar, resocializar. Es a partir de ese tratamiento que lo desviado, lo anormal, debe volverse a la norma, debe encauzarse dentro de la “normalidad”. Esa es la lógica penitenciaria de la educación. La educación como un instrumento más de disciplinamiento, control y castigo en contraposición con la idea de una educación como derecho y como posibilidad de restitución de derechos que han sido vulnerados y, por consiguiente, incidido en las trayectorias de vida y en la configuración de las identidades de las personas.

Las restricciones de la vida en prisión por razones de seguridad, supervisión y control dan cuenta de un territorio de intervención que necesariamente implica una tensión constante entre concepciones contradictorias acerca de la función de los establecimientos penitenciarios y de la educación dentro de ellos.

Las voces de les estudiantes nos interpelan en la búsqueda de los sentidos de enseñar: “Llegué a este penal sin saber nada, aquí algo estoy aprendiendo… llegué con las manos duras, sin poder agarrar el lápiz” “Me corrieron muchas veces y de distintas escuelas (…) En esta escuela me tratan bien, me saben comprender, me tienen paciencia, conversamos” “me permite abrir mi cabeza, mi mente al conocimiento” “a través del estudio cualquier persona puede mejorar, todo ser humano comete errores y de los errores aprende, siempre estamos evolucionando” “para transformar la realidad de la cárcel” “para mostrarle a mi familia, el esfuerzo y poder ayudara mis hijos con las tareas”.

En estos contextos tan diversos, se hace necesario pensar prácticas que incluyan la heterogeneidad presente en el aula. Diseñar experiencias de aprendizaje que favorezcan la construcción de conocimiento recuperando los entramados históricos, sociales, institucionales e individuales que atraviesan al colectivo clase, propiciando el encuentro entre los sujetos y la cultura de modo de favorecer prácticas emancipatorias que vinculen e integren los conocimientos y la experiencia de cada une. Experiencias que permitan construir un sujeto educativo que pueda pensarse distinto, reflexionar acerca de sí mismo y de los otros, disminuir la vulnerabilidad, resignificar la propia historia y proyectarse.

Tomar la palabra, opinar, poder fundamentar y que valoren sus aportes, habilitan prácticas emergentes a las que es menester estar atentos para reconfigurar espacios y tiempos de encuentro a partir del conocimiento de les otres.

El trabajo en pequeños grupos dentro del aula favorece la socialización, el trabajo en equipo, el respeto y la consideración por un otre.

Vincularse con diversos modos de expresión artística como la plástica, la música, el cine, o el teatro son experiencias disruptivas en un ambiente monocorde. El arte proporciona una forma de aprendizaje alternativa, una experiencia significativa. A través del arte abrimos otras puertas al conocimiento, se habilitan espacios a distintas sensibilidades. Cuando se proponen actividades artísticas o lúdicas, el aula se transforma y les estudiantes recuperan y reconectan con la posibilidad de encuentro con ellos mismos, con sus infancias y con las infancias de sus hijes, descubriendo que las expresiones artísticas y el juego son posibles durante toda la vida. Pintar, hacer un collage, una revista o participar en una teatralización tiene un impacto poderoso sobre el aprendizaje favoreciendo la creación, la expresión, y el conocimiento.

Trabajar con narraciones autobiográficas les permite re- pensar se, darle sentido e interpretación a sus vidas y pensar un nuevo proyecto personal.

Es a través del ejercicio de una práctica docente reflexiva, basada en la condición de igualdad, que los educadores tenemos la posibilidad de ofrecer una mirada diferente sobre el sujeto estudiante, de devolverle la mirada, de escuchar, de dialogar, de sostener y consolidar la decisión de volver a estudiar. De plantear una duda con respecto a esa certeza sobre sí mismos. De crear la posibilidad de escribir otras versiones, en contra de la profecía autocumplida, o como diría Graciela Frigerio (2004) “en contra de un destino que se decreta inexorablemente”.

*Graciela Efron es Especialista en Educación en Contextos de Encierro / Licenciada en Ciencias de la Educación y docente de la Cátedra de Didáctica General de la Faccultad de Humanidades


El presente artículo refleja la opinión personal de su autora y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa.

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