Dr. Sebastián Perrupato

La apertura de una exitosa serie televisiva muestra a un estudiante de pantaloncillos azules en la escuela primaria de Springfield que, luego de escuchar la campana, escapa de su castigo como quien se salva de la lenta agonía de lo inevitable. En reiterados capítulos de la serie es el mismo sonido el que brinda una nueva oportunidad frente a un examen. De este modo Bart es salvado por una campana que se transforma en su aliada en los momentos en que ser examinado se torna ineludible. Resulta cuanto menos curioso el uso y la popularidad que la idea de ser salvado por la campana adquiere en la escuela y más particularmente la vinculación entre esta con el examen ¿Cuál es el origen de la frase? ¿En qué medida la misma es un reflejo de las experiencias que el estudiante tiene ante el fenómeno? Son algunos de los interrogantes sobre los que nos proponemos reflexionar.  

Los siglos XVIII y XIX se caracterizaron por un miedo particular, las violentas epidemias habían potenciado el terror de ser enterrado vivo. Este miedo se vio cristalizado en múltiples obras literarias de la época. El entierro prematuro, de Edgar Alan Poe, es solo un ejemplo de ellas. El mismo George Washington, habría pedido antes de morir en 1799, que se esperase durante al menos tres días tras su muerte para enterrarlo. Y es que, en el siglo XVIII, la medicina no estaba tan avanzada como hoy en día por lo que ciertas afecciones como la narcolepsia eran motivo para considerar muerto al paciente. Encontramos numerosos casos de personas enterradas vivas, algunas con la suerte de ser rescatadas y otras, como Thomas Kempis, cuya tragedia se descubrió al momento de exhumar sus restos previo al proceso de beatificación.

Para dar respuesta a este miedo se idearon muchos mecanismos que dieran aviso en caso de ser enterrado vivo, pero sin dudas el más popular fue el de la campana. Por medio de un dispositivo interno el muerto (que estaba vivo) podía avisar a sus deudos que debían sacarlo. Incluso se llegaron a idear ataúdes con mecanismos de alimentación, tubos de oxigenación y retretes[1]En 1937 luego de que Angelo Hays fuera enterrado vivo, producto de un accidente de moto, y que fuera descubierto con vida tres días después, ideó un nuevo tipo de ataúd que incluía una pequeña … Continue reading. La creencia popular llevó a situar el origen de la frase “salvado por la campana” a este momento histórico. Sin embargo, no existen evidencias empíricas de esto y la frase pareciera más bien retomada del boxeo, donde se alude a la campana que marca el final de cada salto. En cualquier caso, como ocurre habitualmente con las frases populares, es difícil saber el origen ya que, muchas veces, es la tradición oral la que llega a nosotros y esta no tiene documentos para estudios de tan larga duración. Cuando era más joven y transitaba mis estudios secundarios, escuchaba en reiteradas oportunidades la frase “salvado por la campana” siempre en relación a un acontecimiento puntual: el examen. El timbre del recreo era visto como la salvación de un suplicio interminable. La posibilidad de “zafar” del examen oral dependía de la habilidad sistemática de que aquellos estudiantes que sabían estiren su discurso, mientras los otros intentábamos acelerar infructuosamente el paso de tiempo para que llegara la hora en que la campana, “esa bendita campana”, nos salvara de lo inevitable. Sabíamos que el examen llegaría en algún momento, pero el hecho de tener unos días más daba la bocanada de aire puro que necesitábamos.

Qué unía la experiencia de alguien enterrado vivo que es salvado por la campana a la de alguien que, preso de lo inevitable, escucha ese timbre que le da unos minutos más de vida. Probablemente un sentimiento: la desesperación, la angustia, el dolor por una situación que ignora el remedio inmediato y que nos afronta a lo desconocido. Seguramente en algún momento el sujeto que fue enterrado vivo va a morir, como también en algún momento el estudiante deberá rendir el examen, pero esa bocanada de aire puro que inhalan en el momento en que la campana salva sus vidas los conecta de algún modo.

En la modernidad clásica las instituciones educativas hicieron del examen un instrumento de control punitivo. En este el examinado era poco más que el acusado de un juicio en el que el culpable debía dar cuentas de sus saberes. Solo por poner un ejemplo, las Constituciones de la Universidad de Córdoba del siglo XVIII se jactaban de que los exámenes eran lo más terrible que había en ella. Era una buena señal inspirar miedo en los estudiantes que debían sentarse en la piedra dispuesta para tal efecto en medio del aula desde donde eran juzgados por un tribunal sentado en sillas. El examen ubicaba al estudiante en el lugar del reo ante un tribunal. No es casual que en la ceremonia de graduación los estudiantes utilizaran un capirote[2]El capirote es un sombrero alto en forma de cono, cuello y borla en la punta. En la universidad se utilizaba como medio de distinción no todos podían usar el capirote del mismo modo y la borla … Continue reading similar al que usaban en autos de fe de la inquisición y que Goya ha inmortalizado en su obra de 1812.

¿Qué pervive de aquella evaluación? Mucho, sin duda mucho. Los exámenes en la universidad o incluso en la secundaria no logran aun hoy desvincularse de prácticas arraigadas que pretenden infundir el miedo al examen como forma de control, como dispositivo de conducta tendiente a la reproducción de un modelo, en el que el docente, por ser el que evalúa, es juez y parte. El examen se transforma en este sentido en una instancia en que el poder se ejerce subordinadamente de acuerdo a la teoría del reflejo, en la que el docente espera que el alumno sea lo más parecido él y al hallar la identificación se refractan mutuamente. Quizás por ello sea una de las prácticas más difíciles de transformar, pese al arsenal bibliográfico que implora por ello. Los acontecimientos de público conocimiento que se suscitaron a partir de la pandemia COVID-19 impulsaron a miles de docentes a resignificar y transformar sus prácticas de enseñanza, sin embargo, los cambios en torno al examen fueron excepcionales. ¿Qué fue lo que paso? ¿Por qué no se cambió la evaluación si se cambiaron las formas de enseñanza? ¿Acaso no deben de ir de la mano enseñanza y evaluación como menciona Celman (2009)? Indudablemente que sí, pero todavía opera en la conciencia de los docentes ese resabio ancestral que solo entiende el examen en términos focultianos y que es difícil de cambiar porque no funciona solo en el plano de la cultura escolar sino en el de las propias subjetividades cuya transformación actúa en el largo plazo.  

Transformar el examen implica entonces cambiar la mentalidad docente que lo entiende en esta línea y comenzar a comprenderlo como una oportunidad (Anijovich, 2017). Pero no como la oportunidad del docente para ver cuanto resiste el alumno encerrado en ataud de la hoja en blanco hasta que lo salve la campana. Se trata (o debería tratarse) de una oportunidad para que el estudiante pueda relacionar, construir y deconstruir saberes. Se trata sobre todo de una oportunidad para que quien aprende pueda advertir las transformaciones que ocurrieron antes de que suene la campana.

Notas

Notas
1 En 1937 luego de que Angelo Hays fuera enterrado vivo, producto de un accidente de moto, y que fuera descubierto con vida tres días después, ideó un nuevo tipo de ataúd que incluía una pequeña despensa, un retrete químico y un transmisor de radio. Hays se convirtió en un personaje reconocido en Francia realizando exhibiciones en las que era enterrado vivo en televisión durante la década del 70.
2 El capirote es un sombrero alto en forma de cono, cuello y borla en la punta. En la universidad se utilizaba como medio de distinción no todos podían usar el capirote del mismo modo y la borla cambiaba de color de acuerdo al grado obtenido por el estudiante. Habitualmente se utilizó para distinguir a los reos en los procesos inquisitoriales, luego se popularizó su uso en las instituciones educativas al punto que en el siglo XX su utilizó frecuentemente en las escuelas de muchos países como castigo a los niños.
Un comentario en «Salvado por la campana. Reflexiones sobre el ayer y hoy del examen»

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