
Por Karina Insaurralde
Licenciada en Educación
En el transcurso de esta semana, muchos estudiantes de Argentina participaron de las pruebas PISA -Program International Student Assessment (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes)-. Tal como enuncia su página oficial: “Creado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), PISA evalúa las habilidades y conocimientos de estudiantes de 15 años en matemáticas, lectura y ciencias”.
La evaluación pone el foco en las áreas de matemática, lectura y ciencias, enfatizando cómo los y las estudiantes son capaces de aplicar conocimientos y habilidades para interpretar y resolver problemas.
Los debates acerca de este tipo de evaluaciones estandarizadas no terminan nunca de llegar a acuerdos. Para algunos son una manera fiable de medir resultados que puedan derivar en cambios positivos, mientras para otros son simplemente una manera más de estigmatizar a los países del sur global.
Poner en discusión las pruebas PISA implica permitirse una mirada crítica desde el corazón mismo del sistema educativo y pensar en éstas no como un castigo a los malos resultados sino como una oportunidad de reflexión.
En países desarrollados como Canadá o Dinamarca, existen estudios longitudinales que enlazan un buen rendimiento en las PISA con mejores oportunidades laborales a futuro. Sin embargo, aún no hay una correlación en esta parte del mundo. Sí existe una coincidencia en todos los artículos publicados al respecto, de la influencia de las condiciones de vida de los y las estudiantes con los resultados de las evaluaciones externas.
En 2019, el filósofo colombiano Francisco Cajiao, quien estudia hace décadas los sistemas educativos de la región, dijo en una entrevista con el portal de la BBC Mundo dijo: “Mientras más desigual es un país, peores serán los resultados. Porque la desigualdad es reproducible en el sistema escolar. El sistema escolar en América Latina no está respondiendo a la transformación social”.
Si hay algo que quienes formamos parte del sistema educativo tenemos claro, es que no puede existir un aprendizaje efectivo si no se dan ciertas condiciones externas relacionadas a lo socioeconómico y a lo afectivo. Pero la cuestión no termina allí, el ejemplo más claro lo deja ver Estados Unidos, una potencia económica que en las últimas PISA quedó en el puesto 34. ¿Por qué sucede esto? Las explicaciones son multifactoriales, por un lado se podría explicar por la violencia en las escuelas estadounidenses, o en la segregación racial encubierta (o no tanto) en ciertos estados. Pero también podría radicar en que el sistema educativo de ese país prioriza contenidos que miran “hacia adentro”, dejando de lado la interculturalidad.
Si miramos a los países que mejores resultados tienen como Singapur o Finlandia, podemos notar que sus sistemas educativos se basan no tanto en el contenido sino en el fomento de habilidades blandas. Un ejemplo notable es el de Portugal, que obtuvo resultados negativos en el informe PISA del año 2000, situación que motivó una reforma estructural en materia educativa. Y el primer paso no fue metodológico, sino el logro de un consenso político para mejorar resultados. Cuando la política llega a acuerdos, todo lo demás parecería fluir de manera natural. Luego de definir objetivos a mediano y largo plazo, las autoridades escucharon a todos los actores del sistema educativo (docentes, padres, alumnos y expertos), para recién entonces, arribar a conclusiones). Una de las principales medidas tuvo que ver con la obligatoriedad de la educación hasta los 18 años, pero la mayor apuesta fue el monitoreo de las trayectorias para evitar el abandono escolar. ¿Cómo lo lograron? Apostando a la independencia de los centros educativos, confiando que cada comunidad escolar conoce a su alumnado mucho más que las autoridades. También hicieron foco en el acceso a actividades extraescolares. Los alumnos empezaron a ir a la escuela, y a querer permanecer allí. Luego vendría el resto, formación docente basada en evidencia, aumento del presupuesto educativo y modernización de la currícula escolar.
En Argentina tenemos un serio problema en educación y tiene que ver, por sobre todas las cosas, con la falta de consenso político para repensar el sistema educativo y, sobre todo, para que todas las jurisdicciones aúnen estrategias.
No se trata de competir para demostrar que una provincia tiene mejores resultados que otra, sino discutir el sistema juntos (incluso desde adentro del mismo) para darles a nuestros y nuestras estudiantes herramientas para forjarse un futuro mejor. Tal vez, el cruce de los datos de las pruebas PISA junto con nuestras propias evaluaciones estandarizadas y el análisis de las características contextuales de cada comunidad, puedan convertirse en una bitácora para marcar el camino para lograrlo.