
Por Karina Insaurralde
Licenciada en Educación
Las calles de Oranienburg, con sus casas pintorescas de techos de tejas y jardines prolijos, no parecen anunciar lo que se alza frente a nuestros ojos.
El portón de entrada reza “Arbeit Match Freit” (El trabajo nos hace libres), una libertad que al entrar a Sachsenhausen parece desvanecerse.
El tiempo se detuvo en los barracones reconstruídos para impedirnos olvidar el dolor que guardaron entre sus paredes. Los camastros pequeños y duros, los baños en los que no es difícil imaginar el hedor y la deshumanización; cada estrecha y oscura celda, son espacios que cuentan una historia que se interna en lo más profundo de nuestra humanidad.
Desde el mirador del ingreso hasta el crematorio, cada centímetro cuenta una historia de dolor y muerte. Sin embargo, entre las decenas de personas que caminan en silencio, pequeños grupos de adolescentes, llamativamente sin sus móviles en mano, dan vida al oscuro paisaje. Las escuelas traen a los alumnos de escuelas secundarias a vivenciar su historia reciente, a reflexionar sobre lo que pasó y nadie debe olvidar.
Es imposible no preguntarse cómo se hace para crecer cargando un peso que generaciones anteriores ataron a sus espaldas. Los jóvenes buscan respuestas a las preguntas básicas sobre la vida, quieren saber quiénes son, cómo es el mundo en el que viven y hacia dónde van. Y esto es igual en Alemania y en cualquier lugar del mundo.
Pensar en una excursión escolar parece llevarnos necesariamente a espacios educativos, y en cierta medida, llamativos para los alumnos. Sin embargo, las escuelas alemanas dejan de lado lo festivo cuando llevan a sus alumnos a lugares como Sachsenhausen para poner énfasis en el ejercicio de la memoria. Animan a los jóvenes a apelar al recuerdo para construir futuro, a reflexionar sobre lo sucedido para que no vuelva a ocurrir.
En esta época, marcada por el recrudecimiento de la violencia tanto en la vida diaria como en las decisiones de los estados, es oportuno poner en valor estas iniciativas. Enseñar el dolor para no volver a infringirnos, darles a nuestros jóvenes oportunidad de ejercer el juicio crítico con herramientas tangibles.
La pedagogía de la memoria nos lleva por ese camino, permite enseñar la historia desde una perspectiva humana. Nos da la oportunidad de que las nuevas generaciones crezcan sabiendo qué camino no desean repetir. Y eso es una obligación de quienes ejercemos la educación, tanto padres como docentes, sobre todo en momentos como éste, donde el discurso de odio nos atraviesa.
Sin embargo, en nuestro país asistimos a un renacer del aquel “de eso no se habla” que rondó las escuelas durante los años más oscuros de nuestra historia, y si en un aula se decide romper el tabú, la palabra “adoctrinamiento” surge como un escudo reaccionario que nos obliga a callar. Por supuesto que no está bien decirles a nuestros alumnos a qué partido político votar o con qué valores morales identificarse, pero no podemos ni debemos renunciar a mostrar la historia de la manera más racional posible, sin disfrazar ni omitir capítulos. O les leemos el libro entero, o directamente no lo leemos.
Hoy, 80 años después de que terminaron los horrores de los campos de concentración, nos duelen los palestinos inocentes (los que ya no están y los que siguen resistiendo al hambre y la violencia), nos duelen los rehenes israelíes, nos duelen los migrantes que mueren a diario intentando cruzar el Mediterráneo para vivir mejor, nos duele el hambre de los países aplastados por el yugo del poder económico (nuestro país, entre ellos). Nos duele, y está bien, porque nos recuerda nuestra humanidad.
Es por eso que, como docentes no podemos permitir renunciar a mostrar a nuestros alumnos la parte oscura de nuestra humanidad, no para que piensen como nosotros, o para que voten al partido que creemos mejor, sino para que no repitan la historia.
El ejemplo de Alemania nos puede servir para pensar en la importancia de la pedagogía de la memoria. Ellos, a pesar de poner en palabras su difícil pasado, siguen enfrentando a quienes eligen el odio como bandera. Porque los que odian generalmente tienen el poder en sus manos, y por eso es imposible claudicar.
Ana Frank en su diario escribió “Lo que se hace no se puede deshacer, pero se puede evitar que vuelva a suceder”. Ayudemos a nuestros jóvenes, desde la ternura y la empatía, a construir un mundo mejor.
El presente artículo refleja la opinión personal de su autora y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa.
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