Por Karina Insaurralde. Licenciada en Educación

Durante los últimos meses de cada ciclo escolar, los patios y salones de actos se transforman en puntos de encuentro para toda la comunidad educativa. Estudiantes y docentes muestran el trabajo del año a familias deseosas de llevarse decenas de fotos para sumar a sus recuerdos y a sus redes sociales.

Actos, obras de teatro y muestras de las diversas áreas pedagógicas se suceden al ritmo de un calendario escolar vertiginoso. Esta semana, este folklore escolar en forma de feria de ciencias se convirtió en el foco de noticias de televisión e internet.

En Pergamino, una reacción química que buscaba simular un volcán dejó como saldo a una niña en grave estado, derivada al Hospital Garrahan, y a varios heridos. Cuando la opinión pública todavía buscaba culpables, otro volcán (esta vez en Palermo) volvió a poner en alerta a la sociedad. Ambos hechos dejaron un saldo de heridos de distinta gravedad y a toda una comunidad conmocionada.

Para los y las docentes, estos hechos resignifican la reflexión sobre nuestra tarea. Nos debatimos entre la prohibición absoluta y la búsqueda de mejorar nuestras prácticas. Y para esta tarea de repensar las ferias de ciencias y la experimentación en el aula, me reuní con Belén Orlandoni, “bioquímica de profesión y docente de vocación”, tal como se define.

Belén cobró notoriedad a raíz de su cuenta de Instagram @quimicaconbelu, en la que enseña conceptos del área y muestra experimentos que pueden llevarse al aula para despertar el interés de los y las estudiantes, porque, como ella misma dice, “la curiosidad es lo que ayuda al ser humano a ir un poco más allá”.

La química en el aula

“Frente a la necesidad del adolescente o del niño, que siempre va a buscar un aprendizaje más significativo, necesita mirar y tocar. Siempre es más fácil lo concreto frente a lo abstracto. Si estamos experimentando, por ejemplo, con el fuego y los colores y yo te los muestro, vos lo ves, lo experimentás, te asombrás. Y eso termina siendo un aprendizaje significativo porque te generó algo adentro”, explica Belén sobre la necesidad de experimentar en el aula.

Sin embargo, recalca la importancia de planificar los experimentos, no solo en cuanto a cantidades y procedimientos, sino también pensando en todo lo que podría fallar y cuáles serían los riesgos si eso ocurre.

En el laboratorio escolar, como en nuestra vida diaria, internet termina convirtiéndose en el modelo de lo que deberíamos lograr. Al respecto, la docente reflexiona: “Estamos tan impregnados en todo lo que tiene que ver con las redes que buscamos el video que tenga más visualizaciones o la foto que más se comparta, lo que sea más llamativo. Y no siempre lo más llamativo es más seguro o real. Debemos preguntarnos: ¿realmente sucede como se muestra? Creo que pasa lo mismo que con las recetas de cocina: te dan una lista de ingredientes, pero si vos lo hacés después, no siempre el resultado final es igual al que nos mostraron”.

Y allí es donde entra en juego la realidad del aula. No todos los laboratorios escolares cuentan con las medidas de seguridad necesarias; incluso, en algunos casos, las experiencias se realizan en espacios no aptos, como las aulas.

La profesional enumera una serie de precauciones que deberían tomarse antes de llevar al aula la experimentación: usar guardapolvos para proteger la ropa, realizar la práctica en un espacio con detectores de humo y duchas de seguridad, contar con protección para las manos, disponer de un ayudante que supervise a los y las estudiantes en todo momento y realizar la experiencia previamente. Y, sobre todo -como advierte Belén-, tener presente que “la ciencia no es magia”. Por eso debemos enseñar que el error forma parte del proceso científico, y que cuando experimentamos con los chicos, ellos deben ser parte de la investigación previa: conocer las teorías, las cantidades y los procedimientos. De este modo, la clase de ciencias no será solo una foto o un video vistoso para subir a redes sociales, sino un aprendizaje significativo.

Ferias de ciencia… ¿sí o no?

Esta pregunta circuló por los pasillos y salas de docentes de muchas escuelas. Ante las tragedias que nos atravesaron, ¿prohibimos las ferias o las repensamos?

“La feria de ciencias, desde mi mirada, es mostrar algo que nosotros hacemos en el aula: una feria de proyectos o el cierre de un proyecto. Entonces, lo primero que pienso en este caso es: ¿ellos eso lo habrán hecho antes? Porque, a veces, sin mala intención, caemos en esto de que cada uno trae una reacción química para mostrar en el aula”, advierte Belén.

Desde la planificación de las experiencias hasta la búsqueda de los materiales, todo debe trabajarse en el aula con la guía del docente.

Por otro lado, en esta época de tanta exposición en redes, sabemos que las familias subirán fotos y videos de lo que hacen sus hijos o hijas en las ferias, y eso muchas veces deriva en que busquemos la espectacularidad. En palabras de la docente: “Si hace humo, es válido; si cambia de color, es válido. ¿Y si no? En mi cuerpo hay ciencia todo el tiempo, hay un montón de reacciones químicas que pasan constantemente, ¿esa ciencia no vale? Terminamos planificando a partir de lo que se ve, de lo que mostramos al otro, de lo que más llama la atención, y nos olvidamos de que las redes son una vidriera de lo que, en realidad, no es”.

Enseñar ciencias implica experimentar, pero también entender procesos que no siempre podemos mostrar. Muchas veces, el stand que solo tiene afiches o cuadernos de campo resulta menos llamativo, y los chicos terminan con cierta frustración. La feria de ciencia debe ser un espacio para mostrar el trabajo del año, el real, el que implicó un proceso extenso de errores, aciertos y aprendizajes. Que debemos repensar este tipo de eventos es una realidad, pero su importancia no está en discusión, porque son puentes entre el saber escolar y la comunidad.

Recuperar el asombro en el aula

Cuando planifiqué esta entrevista, la pensé desde lo técnico: intenté indagar en qué estamos haciendo mal los docentes. Sin embargo, durante la charla recordé por qué quienes estamos en las aulas decidimos seguir en pie a pesar de los obstáculos. Y uno de los temas que más surge en las conversaciones entre docentes es la supuesta falta de interés de los y las estudiantes. Al respecto, Belén reflexiona: “El desafío, para mí, es no quedar presa del desánimo y poder entender que detrás del escritorio hay personas. Vos entrás al aula del nivel secundario sabiendo que lo que vas a contar tal vez no les interese, porque ese chico no durmió la noche anterior, porque sus padres se están separando, porque sus amigas la dejaron de lado, porque el chico que le gusta no le dio bolilla o porque no hay plata en su casa. Entonces, en medio de ese contexto, tenés que traer un concepto nuevo que a nadie le va a interesar. Ahí empieza nuestro trabajo”.

Creo que esto es algo con lo que la mayoría de los docentes coincide: formarnos solamente no alcanza, porque tenemos que seguir sintiendo que podemos generar un cambio en el aula. Tal vez no lleguemos a todos, pero siempre podemos cambiar miradas.

Me quedo con una reflexión de Belén: “Creo que como docentes tenemos, no sé si la obligación, pero sí la responsabilidad de generar en el otro el interés, de que entienda que cada cosa que intentamos acercarle le va a servir, y que es parte de conocer el propio cuerpo. ¿Por qué me voy a dormir? Porque tengo hormonas que se están generando, y eso hace que mi cuerpo necesite descansar. ¿Por qué viajo en avión y se me cambian los horarios y me siento mal? Porque el ritmo circadiano existe. Todo el tiempo eso está presente. Entonces, creo que si logramos acercarle al otro lo que pasa cotidianamente en nuestra vida, desde ahí se puede generar entusiasmo y despertar interés. Si solo voy y le cuento que este elemento está en la tabla periódica y le pido que se lo aprenda de memoria, probablemente no le interese”.

Nuestra tarea, entonces, tal vez sea repensar no solo las ferias de ciencias, sino la enseñanza de la ciencia en general: despertar el interés desde la cotidianeidad sin convertirnos en presas de la espectacularidad de las redes sociales.

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