Por Joaquín Marcos
Profesor en Historia
A continuación se realizará un abordaje, a modo de ensayo, sobre una de las temáticas más recurrentes dentro de nuestro oficio como docentes: la evaluación. Se encuentra presente cada vez que planificamos los contenidos que trabajamos en el aula; es parte de la organización institucional en cuanto a la acreditación de saberes que debemos cumplimentar en cada cierre de notas; y es -todavía- un mecanismo aceptado entre la comunidad educativa (incluida las familias) para validar saberes.
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El ritual
¿De qué hablamos cuando hablamos de evaluar?. Comúnmente se concibe a la evaluación como la instancia de examen, de prueba, que pautamos con nuestras y nuestros estudiantes luego de dar una cierta cantidad de clases o contenidos. Y ciertamente muchas veces se espera de quienes ejercemos la docencia que propongamos un día determinado del calendario escolar para sacar una hoja en blanco, guardar todo lo que hay sobre la mesa, poner nombre y apellido y comenzar a responder una serie de problemas que presuponemos ya se habrán estudiado o repasado en casa. Un verdadero ritual.
Pero hablar de este ritual es adentrarnos en una mirada política y pedagógica sobre la educación. Esa recreación solo representa a una manera de evaluar y no abarca a la evaluación en su totalidad. Parafraseando a Dussel, es la imagen ritual que le dió «mala prensa» a la evaluación .
La evaluación tiene “mala prensa” en el ambiente educativo.
Evaluar se volvió sinónimo de un control autoritario y externo sobre los otros,
y por eso se convirtió en una práctica sospechosa y evitada. (Dussel, 2008)
¿Y sí pensamos la evaluación como una oportunidad? Una oportunidad para explicarles a nuestras y nuestros estudiantes cuáles van a ser los criterios para ponerles una calificación; cómo vamos a corregir; qué objetivos y expectativas tenemos. Y también, una oportunidad para explicitar que como docentes estamos evaluando todo el tiempo y qué la “prueba tradicional” es solo un instrumento más entre muchos otros que tenemos a disposición. En definitiva es hacer públicos los criterios de evaluación.
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Poner la nota
La suspensión de las actividades presenciales en las escuelas debido a las medidas de aislamiento social preventivo y obligatorio tomadas por la pandemia de COVID-19 y el posterior retorno a la presencialidad cuidada implicaron una revisión integral sobre cómo certificar los conocimientos del alumnado.
Y las alternativas fueron de lo más variadas. Un video que se viralizó por redes sociales y llegó a la televisión abierta mostraba a una docente que implementa el uso de memes para dar una devolución a sus estudiantes. La innovación o novedad que llevó a que este caso sea viralizado fue la forma de comunicar la nota a sus estudiantes, el cómo la docente realizó su devolución. Pero -en ningún momento- se planteó otra forma de evaluar, es decir, formas de construcción de consignas, de estructurar la prueba o de promover la producción de sus estudiantes.
Quizás nuestro desafío pase por aquello que no se dice en el vídeo, o que se da como algo normal «se evalua de la misma manera que se evaluaba cuando era chico» dice el conductor y la docente reafirma. Esa parte no es puesta en discusión. Por ello tampoco generó conflicto para la institución ni para las familias, porque, en definitiva, no deja de ser una evaluación tradicional.
Esto nos lleva a pensar en qué nos puede ser de utilidad en el aula esta manera distinta de comunicar un resultado porque, como se menciona en el vídeo, también hay que aprender a trabajar las emociones y frustaciones de nuestro grupo. Por ello, lo veo como una posibilidad de reforzar conceptos, aprender de los errores, sin quedarnos simplemente en un número o nota, pero es fundamental poder tener ese momento de devolución en el aula, de analizar los memes, para que verdaderamente sea una instancia más de aprendizaje.
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Un posicionamiento
La Historia -que es la materia que me toca dictar en las escuelas donde trabajo-, pero al igual que otras ciencias sociales, es una disciplina que admite diversos enfoques. Ante tal situación la evaluación en la enseñanza de la disciplina se torna en una cuestión compleja que debe resolverse de alguna manera.
Un posicionamiento es transparentar las perspectivas que se entrecruzan en el proceso de enseñanza y de aprendizaje de los contenidos. Explicitar que no hay una única explicación, por lo tanto no hay una única respuesta.
Por ello, una cuestión que debemos plantearnos como docentes es el sustento ideológico y científico que nos sitúa frente a interrogantes correspondientes al plano disciplinar y al plano de la didáctica de la disciplina: ¿Por qué enseñamos los temas que enseñamos? ¿Para qué los enseñamos? ¿Qué enseñamos? ¿Cómo enseñamos? ¿Qué evaluamos? y ¿Cuándo evaluamos?.
La evaluación debe recuperar la información sobre todos los procesos involucrados en nuestras prácticas, respetando e incluyendo todos los itinerarios que recorren los estudiantes al involucrarse con los temas a estudiar.
Existen multiplicidad de variables que se ponen en juego al momento de planificar y poner en marcha los procesos de enseñanza y aprendizaje. Para evaluarlos debemos tener en cuenta los diversos indicadores que proveen información indispensable tanto para reafirmar el recorrido elaborado como para introducir modificaciones y/o elementos complementarios que favorezcan el cumplimiento de esos objetivos planificados y revisados.
La evaluación debe servirnos para revisar lo aprendido, no como una mirada punitiva, sino con una mirada enfocada en el aprendizaje.
Una alternativa puede ser la elaboración de una secuencia de evaluación progresiva. Comenzando con instancias evaluativas que integren tres o cuatro encuentros y sirvan como procesos de aprendizaje en sí mismos. En el mismo proceso que nos evaluamos, también aprendemos. Luego podremos adentrarnos en modelos de evaluación colaborativa (o individuales) centradas en perspectivas o apreciaciones y reflexiones personales y no en la memorística. Incluyendo en todos estos casos momentos de retroalimentación y autoevaluación (Anijovich: 2010).
Proponemos un proceso de evaluación formativa que recupere información sobre todos los procesos involucrados en nuestras prácticas, un proceso abierto y democrático que le de prioridad a la producción e incluya todos los itinerarios que recorren los estudiantes en nuetras asignaturas.
Referencias para leer
- Anijovich, R. (comp.) (2010). La evaluación significativa. Buenos Aires: Paidós.
- Anijovich, R. (2017). La evaluación como oportunidad. Buenos Aires: Paidós.
- Camilloni, A. (2010). La validez de la enseñanza y la evaluación: ¿Todo a todos? En Anijovich, R. (comp.). La evaluación significativa. Buenos Aires: Paidós.
- Camilloni, A., Celman, S., Litwin, W. y Palou de Maté, C. (1998) La evaluación de los aprendizajes en el debate didáctico contemporáneo. Buenos Aires: Editorial Paidós.
- Díaz Barriga, A. (1993). El examen: textos para su historia y debate. Universidad Autónoma de México.
- Dussel, I. y Southwell M. (2008). “Sobre la evaluación, la responsabilidad y la enseñanza”. En El Montinor de la educación, (Nº 17, 5ª época, julio-agosto), pp. 26-30. Disponible en: Acceder al documento.
- Fontana, A. (2021). Clase 1 “Dar clases: una cuestión de oficio” en el marco del Módulo “Dar clases en nuevos escenarios escolares. Actualización “Enseñar con herramientas digitales”. ISEP. Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba.
- Roldán, P. (2017). Evaluación y tecnologías digitales. Seminario 1: Evaluación. Especialización docente de nivel superior en educación y TIC. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
- Roldan, P. (2019). Evaluación de los aprendizajes. Trayectos de formación de formadores. INFoD. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
El presente artículo refleja la opinión personal de su autor y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa.