escuela-cuidadora-de-infanciaPor Marcela Esperón
Lic. en Psicología, UBA. Prof. en Enseñanza Media y Superior en Psicología, UBA. Especialista en Gestión y Conducción Educativa, FLACSO
Quiero tiempo pero tiempo no apurado
Tiempo de jugar que es el mejor…
“Marcha de Osías”, María Elena Walsh
Si bien siempre existieron los niños, el concepto de niño bastante parecido a lo que conocemos hoy en día, surge en la Edad Moderna. Algo distinto se empieza a pensar sobre esos seres pequeños que, muchas veces, solían acompañar a sus padres a trabajar (lo hacían a la par) y, cuando se reunían a contar historias, las mismas eran generalmente para adultos. Los “cuentos infantiles” de Andersen y otros autores tenían escenas de mucha crudeza que hoy no los contaríamos del mismo modo a los niños de nuestra época; casi todos fueron adaptados.
A partir de “pensar” al niño, de conceptualizar la infancia, fue cambiando la mirada y el trato que se les da, o debería darse. Desde la psicología, la educación, la medicina, los Derechos Humanos, hay algunos parámetros que sirven como guía para cuidar a los niños. Sabemos que esto no se da siempre ni con todos, pero hay ciertas cosas que un niño o una niña no tienen que vivir.
El concepto de adolescencia es posterior y es el que de alguna manera media entre el niño y el adulto. Que tiene características propias y hermosas. Esta conceptualización es la que permite que no haya un pasaje directo de la infancia a la adultez. Más allá de estos conceptos relativamente nuevos, nuestra cultura invade a los niños con ciertas cosas que corresponden a otras etapas de la vida. La utilización de pantallas desde bebés, cierta música, ropa, contenido pornográfico al que se puede acceder con facilidad y otras cuestiones, desdibujan la infancia. De este modo, impulsan a los niños a una “adolescencia precoz” ya no en términos biológicos (que se modifica con medicación), sino en términos psicológicos. Se produce en este último caso una cierta clase de hurto. Podríamos preguntarnos qué se hurta y la respuesta es, nada más y nada menos que un pedacito maravilloso de vida: la infancia. Los adultos les quitamos a los niños parte de una etapa que les corresponde solo a ellos.
Todos sabemos que cada familia puede criar a sus hijos como quiere; puede sustraer el trozo de infancia que considere, pero es importante saber que todo tiene consecuencias en el psiquismo de los niños y las niñas. Respetar el derecho a jugar (el juego de niños); ese juego libre, creativo en el que se produce el “como si del juego”, es respetar una etapa evolutiva que, si bien es una cuestión cultural, no solo surge del consenso, sino de la observación del juego infantil y de las distintas profesiones que se dedican a estudiar la infancia. Infancia entendida en toda la diversidad que implica.
Me preocupa observar que desde el mundo adulto se empequeñece la infancia; se la recorta. Sin embargo, me da esperanza saber que la escuela es quien conserva, preserva y protege la infancia. Son sus actividades, sus docentes, los otros niños los que cuidan (sabiéndolo o no), ese trozo de vida que no nos pertenece a los adultos; que es y será de los niños y de las niñas. Mientras exista la escuela, la infancia tendrá un lugar en el que se despliegue y se potencie. Un lugar en el que esa etapa evolutiva sea resguardada por los adultos que los acompañan. Podríamos pensar que la escuela tiene una función nueva; no se trata de eso. La escuela fue, es y, esperemos que lo siga siendo… el “patio” en el que la infancia puede disfrutar tranquila, porque para la escuela, más allá de lo que suceda, un niño es un niño.
Estaba predestinado a mi labor; desde mi más temprana infancia siempre he tenido alguna red que tramar
Fernand Deligny, “Lo arácnido y otros textos”.
El presente artículo refleja la opinión personal de su autor y no corresponde necesariamente a la línea editorial de Trama Educativa.
