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Por Karina Insaurralde. Licenciada en Educación.

Son las 5 de la tarde, los padres escuchan desde la vereda una infantil algarabía. “¡Vacaciones!” gritan eufóricos niños y niñas… “¿Vacaciones?”, se preguntan las familias. “Receso invernal” responde la maestra con una sonrisa. En definitiva, durante dos semanas el bullicio del patio de la escuela se traslada a las casas, a las plazas y otras actividades.

Hace 30 años atrás, el receso invernal era un momento en el que los chicos se quedaban en la casa con sus madres haciendo las tareas que les indicaban sus docentes. Tal vez alguna salida al cine del barrio en familia, pero sobre todo era el momento de abrigarse y disfrutar a los amigos del barrio.

El panorama actual ha cambiado sustancialmente. La mirada de la escuela con respecto al receso dio un giro importante: el receso no es un momento para hacer tareas repetitivas, sino un tiempo que permite descansar y retomar energías. Por otra parte, la irrupción del “mercado vacacional” en forma de cine, teatro, parques o locales de comida rápida junto con la incorporación de la mujer al mercado laboral (ya sea por opción o por necesidad) trajo consigo la necesidad de plantearse: “¿Qué hacemos con los
chicos en vacaciones”. Para muchas familias el receso puede transformarse en un problema, tanto por cuestiones económicas como organizativas.

“El receso propone PARAR, por lo que, contrario a lo que pensamos, no implica llenarse de actividades. Salir de la rutina del despertador, uniformes, luncheras, cuadernos y tareas, puede ser saludable para los adultos, pero los niños, sobre todo en la primera infancia o escolaridad primaria, pueden sentirse perdidos. Más aún si estas infancias son neurodivergentes: TDHD, TEA, Altas Capacidades. Muchos de ellos necesitan tener la seguridad de lo previsible o tener el control incluso de lo que no pasó,
y quizás no pasará, para sentir que no están perdiendo el tiempo”, nos dice la licenciada Laura Diz, presidenta de la Asociación Altas Capacidades Argentina.

No es necesario, ni recomendable, que el receso imponga una agenda rígida impuesta por la fiebre del consumismo, las modas o el miedo a que nuestros hijos se aburran. Por otra parte, es importante tener en cuenta que el aburrimiento puede enmascarar frustración. Podemos proponerles actividades como hacer rompecabezas, juegos que jugábamos en la infancia (el ahorcado o el dígalo con mímica, por ejemplo), buscar espacios para propiciar el diálogo, dibujar, visitar un familiar o ir a la plaza si el día se
presta para ello. Pero, tal como nos recomienda la especialista, del aburrimiento también puede surgir la creatividad.

Tomar el receso como un momento del año para “compartir lo simple de la vida” puede ser una oportunidad para nuestros chicos y por qué no para nosotros mismos.

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