Por Macarena Campins
Universidad Tecnológica Nacional-Regional Mar del Plata
Desde el momento en que los seres humanos nos lanzamos a navegar por el mar tuvimos que inventar formas de avisar a los barcos de su llegada a puerto, y la más simple fue encender hogueras en las colinas adyacentes. Cuando no había elevaciones cercanas, se colocaban esos fuegos sobre plataformas. De ahí a levantar edificaciones permanentes que alojaran esas hogueras solo había un paso. Fueron los alejandrinos, allá por el siglo III a.C., quienes construyeron el primer sistema de alerta permanente de la historia en Faros, una pequeña isla situada frente a Canopo (ciudad portuaria del antiguo Egipto). Dicha construcción, que no era muy diferente a los faros actuales, tenía 100 metros de alto y todas las noches un vigilante se aseguraba de que el fuego se mantuviera encendido. Con el pasar de los años, el sistema de iluminación fue variando de simples hogueras de madera de carbón, alquitrán o brea a lámparas de aceites minerales y vegetales; hasta se utilizaban sistemas de mechas introducidas en grasa animal. Recién a principios de del siglo XVIII surgieron las primeras lámparas metálicas.
Actualmente, si observamos de cerca un faro, vemos que en su parte superior tiene una linterna acristalada. Se trata de una especie de cúpula de cristal en cuyo interior se localiza la óptica (que son las lentes que amplían la luminosidad para que la estructura tenga mayor alcance) y, en el centro, la lámpara, que es la parte que emite la luz.
Ubicado en la zona sur de Mar del Plata, el Faro Punta Mogotes es un lugar emblemático, un punto clave en la Costa Atlántica que este año cumple 133 años. Su haz de luz, hace poco más de treinta años, tenía un alcance de 40 millas. En la actualidad no supera las 25 millas, potencia que se redujo para abaratar costos. Sin embargo, el Faro Punta Mogotes se enciende todas las noches. Una célula fotoeléctrica lo activa cuando cae el sol y lo apaga con los primeros destellos del amanecer. La farola está integrada por 3 paneles lumínicos, cada panel tiene 10 lámparas de 230 watts de potencia que brillan a una altura de 35 metros y emiten un haz de luz que se ve cada 10 segundos.
Si bien la funcionalidad de los faros ha perdido relevancia debido al acecho de la tecnología satelital, el Servicio de Hidrografía Naval sostiene que todavía es necesario para orientar algunos barcos pesqueros que trabajan por la noche y para las embarcaciones deportivas. También es una forma de brindar ayuda en el caso de que falle el GPS.
Podemos destacar que el faro es una construcción que surge de la necesidad: alumbra una porción de costa y señala una posición que avisa al marinero del peligro, y le anuncia también la tierra y el hogar. Todos los elementos del faro están condicionados por esta dimensión utilitaria. Y esto es así desde el mismo origen del faro, y vale tanto si hablamos de las más sencillas fogatas montadas con los materiales imprescindibles para mantener la luz y hacerse visibles en la distancia, como si lo hacemos de otras estructuras de pretensiones más artísticas pero que sirven, en definitiva, a la misma finalidad.
Me gusta pensar al faro desde varias aristas; no sólo como una obra de ingeniería, sino también como parte fundamental de un patrimonio portuario repleto de historia que es necesario proteger, conservar y valorizar.
Fuentes de la información:
https://www.lacapitalmdp.com/los-faros-ya-no-sirven/
https://oa.upm.es/4895/1/INVE_MEM_2008_58947.pdf
https://revistamar.seg-social.es/-/faros
https://www.muyinteresante.com
Fuente de texto: mdp.utn.edu.ar