El paisaje de Mondongo en el Museo Mar

Juan Martín Salandro. 20/2/22, Mar del Plata

            Una serie de 15 cuadros, urdidos con hilitos y plastilina, modelan el paisaje entrerriano desde la óptica bifronte de Mondongo -Manuel Mendanha y Julieta Laffitte-. La muestra, llamada Argentina, nos transporta a un mundo de ensueño, donde a través de la doble significación de la materialidad de la obra –la plastilina no sólo rompe con el estatuto “tradicional” de lo artístico, con su pretensión de durabilidad hierofánica, también la envuelve, sino a halo infantil, sí en un aura lúdica o primigenia, expresión primera de la pulsión artística- la Mesopotamia argentina se ve trastocada: entre las ramas de un árbol encontramos una figura humanoide, un viejo, o quizás un duende… en definitiva, ambos simultáneamente. Así se impone la mirada bifronte: toda la obra tiene una acepción doble en simultáneo y, al mismo tiempo, el momento de percepción es doble también.

Museo Mar

El duende entre las ramas

Por un lado, la vista orgánica, que nos sumerge en el paisaje; por el otro, se instaura el régimen del detalle, acercarse al cuadro, observar la textura de los materiales que pondera el trabajo que se esconde tras las capas de pegamentos, plastilinas, hilos: elementos tóxicos, destreza indimensionable.

Como dice Héctor Olea, en Mondongo está en el detalle, el trabajo manual de Mondongo parece desprendido de una utopía medievalista, intentando oponerse a los mecanismos de la reproductibilidad técnica; la unicidad de sus obras radica en la imposibilidad de sus materiales, de su permanencia –esta exposición lleva la cicatriz, como un cuerpo orgánico, de un golpe contra la baranda del MAMBA-.

Pero también en el detalle encontramos los mensajes ocultos del cuadro: unas zapatillas cuelgan de una rama, y distraen la mirada de una serie de cruces y calaveras que se confunden entre las ramas, alegoría de los vuelos de la muerte de “El proceso…”; todo paisaje es, así, construcción de quien lo recorre, y está atravesado por la historia de quienes dejaron su huella en él.

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Calaveras en las ramas

La instalación en el Museo Mar se encuentra constituida de tal modo en que no pueda accederse a la obra fragmentariamente: la habitación circular fue erigida dentro de una sala mayor, con las entradas desfasadas para no poder ver la exhibición desde fuera. Esto produce que, como espectadores, nos sumerjamos en el mundo autónomo propuesto mor Mendanha y Laffitte. El intertexto obvio, que incluso figura en los paratextos que acompañan la instalación, es El jardín de los nenúfares, de Monet.

Sin embargo, Mondongo no se detiene en la mera interpretación de la naturaleza, sino que detrás de su serie de cuadros subyace una textualidad, una historia, el relato de un viaje y tres ríos que serán sus protagonistas.

La instalación, si bien propone una mirada orgánica de los cuadros, su construcción “acaracolada” –debido a la inserción de una sala más pequeña en una mayor- imprime la necesidad de un movimiento, predefine el recorrido de los espectadores: comienza con una visión del rio Uruguay, casi monocromática y vacía, que se va llenando paulatinamente de componentes –ramas, árboles, color, detalles ocultos- hasta la explosión de color del rio central para, paulatinamente, ir enredándose en una cantidad mayor de bosques, pero, al mismo tiempo, ir perdiendo el brillo.

El último cuadro representa, en una paleta prácticamente parda, un cauce seco enredado entra raíces como patas de araña que saturan el espacio; en este punto, el cielo completamente desaparece. Si bien la instalación demanda una estructura circular –el ciclo de muerte y resurrección natural- el paisaje de Mondongo tiene a la muerte natural; así como su soporte material –la plastilina- el tema tiende a lo perecedero irrefrenable.

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Cuadro central

            La muestra va a poder visitarse hasta el 1 de mayo de 2022, por lo que esta reseña no puede eludir el imperativo. Así que, a modo de cierre… ¡Vayan a ver a MONDONGO!

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