Por Juan Salandro

…o “el futuro llegó hace rato”? La última Ludmer, o la Ludmer de las últimas entrevistas, ponía en cuestión el constante retorno de las narrativas contemporáneas al pasado, en un gesto no tanto de indagación sobre la historia en búsqueda de una construcción del presente -la “experiencia” benjaminiana-, sino como un síntoma de la anulación del futuro, o quizás un pliegue; anulación en dos órdenes: material y narrativo -que no deja de ser material-.

El 20 de julio del corriente año, Jeff Bezos demostró que la conquista espacial, por los GRANDES capitales, es posible, que el extraño “aparte temporal” de un futuro leído en clave medievalista, otra vez el pliegue, de Star Wars -caballeros, imperios, emperatrices y sables laser- estaba, de repente, radicalmente más cercano: la distancia entre lo maravilloso y lo plausible se reduce drásticamente. Ballard, en el gran prólogo a Crash -una poética de la ciencia ficción-, habla del género como la primera forma narrativa porque es una exploración de lo posible.

Ballard habla también de la aparición de la “posibilidad ilimitada”, pero en los términos del Malestar en la cultura (Freud). Otro “pero” definitorio es que la posibilidad es un privilegio de clase.; como en Crónicas marcianas, veremos los cohetes zarpar a Marte desde la tapera latinoamericana, flotando, si agua nos queda, en el mar del desastre ambiental.

La imposibilidad de futuro acarrea, del mismo modo, la inanidad de toda protesta, porque el capitalismo cultural integra a la lógica de consumo todo acto ‘irreverente’. El mismo Zizek señala que “la propia protesta ecológica contra la despiadada explotación capitalista de los recursos naturales también se encuentra atrapada en la mercantilización de las experiencias” (Chocolate sin grasa), pero experiencia no como un relato ‘nutritivo’ (Benjamin), sino como imagen, fenómeno, apariencia, una experiencia plana que se reproduce en los pixeles de un post. La protesta deviene escenografía, puesta en escena para la fotografía, que en vez de ser incidental -un evento fugas- se ve dominada por la pose, lo prefabricado. Otros Malestares -la imposibilidad de cambio, y el gesto narcisista que acarrea la pseudo autoculpabilización- se suman a los síntomas de la ausencia de futuro.

Es de Matías Matarazzo la conceptualización de la abulia como un sentimiento de época, heredado del menemismo, donde “el principio del fin de un tiempo en que el aburrimiento como subjetividad empieza a dar paso a la ansiedad y la incertidumbre. La pendejada reseca y sin trabajo hablando ‘del futuro en tiempo pasado’” (“El tesoro se está hundiendo”). El deseo, la fantasía, y la experiencia del tiempo como un futuro, o un pasado inamovible, siempre están en tiempos verbales del aparte –imperfectivos, subjuntivos, condicionales, como el “juguemos a que éramos…” de los chicos-.

Occidente abolió el futuro, material y simbólicamente; la utopía ya fue, y quizás la distopía también -porque ahora, al menos como especie, el salto a las estrellas no es tan lejano-; al relato sólo le queda volver sobre el pasado, no para construir un nuevo presente, no para aclararlo, sino para enturbiarlo aún más -por ahí por eso Enriquez pone sectas y ‘terrores sobrenaturales’ en la, ya de por sí, terrorífica dictadura del 76’-.

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